Política inmune
EN UNA impredecible sincronización inversa el volcán de Cumbre Vieja languidecía en su erupción a la vez que Mañueco hacía estallar unas elecciones anticipadas en Castilla y León. Las coladas de lava, al parecer, podían modificar su curso natural (digamos que el predecible conforme a los presupuestos de la Comunidad y las retribuciones de los procuradores) y era necesario dinamitar la ladera que muere al pie de las urnas. Como bien saben los vulcanólogos, la velocidad de la materia en su desplazamiento es un factor casi tan importante como la capacidad destructiva de tan incandescente paquete.
Quizá el tiempo no lo sea todo pero, sin duda, en el tiempo todo discurre. Salvo cuestiones metafísicas, claro, en cuya contemplación o disfrute se suele decir que parece que los relojes se hubieran parado. Éxtasis o una pila ya caduca, vaya usted a saber.
Así que, inmunes ante la realidad y las cosas que verdaderamente importan a los ciudadanos, los políticos juegan a las cartas en el tapete del calendario. Marcadas las cartas, por supuesto. Y esa muesca, precisamente, es lo que llamamos política. Y si está impregnada de materia venenosa ya es ideología.
El tiempo biológico, en contacto con algunas fechas social y personalmente sensibles puede producir melancolía. Depende de las dosis. Y de la edad. En política, y de modo aún más acentuado en política electoral, la ambición y el alejamiento de la conexión con la realidad resulta una infalible vacuna frente a la nostalgia. El poder, más aún si cabe su ansia, es el elixir de efectos más potentes que la ciencia conoce.
Al parecer, en el escenario de dan cita traiciones presentidas, datos demoscópicos en su punto de ebullición sobre una cama de Ómicron anestesiante y ese factor sorpresa que impediría la creación de nuevas formaciones políticas que disputen algunos bocados sobre los territorios más famélicos. Mientras tanto, el pulso de Castilla y León muestra su salud precaria.