Néctar de los dioses
LOS CALDOS que acompañan una comida copiosa son uno de los placeres más embriagadores de la vida. Es un divertimento que no requiere de inversiones desproporcionadas, ni de largos viajes. Incluso se puede beber solo. Todavía recuerdo la clase de Lengua española en séptimo de EGB en la que el profesor nos explicó los sinónimos de borrachera. A día de hoy los recito de memoria: melopea, merluza, mona, tajada, cogorza, moña, llorona, tranca, tablón, turca, curda, juma, jumera, pea, pítima, manta, pedal, pedo, cuelgue, intoxicación etílica, embriaguez, ebriedad, bolencia. Por qué será. Donde esté una botella de vino que se quite cualquier otra cosa.
Hace unos días tuve la oportunidad de degustar un vino de primera categoría. Y lo pude hacer en compañía de buena gente. El resultado fue un rato muy agradable, extraordinario, entre amigos. Para repetir.
¿Y a quién debemos toda la cultura vitivinícola? A los romanos. Ya en esa época uno de los mejores regalos que se podía hacer era unas botellas de vino. El autor latino Marcial centró su filosofía de vida en uno de sus poemas atemporales: «Ayer, que estaba enfermo, me atendió un médico que me prohibió el sabor de las copas. Me dijo que bebiese agua el cabeza hueca; no llegó a aprenderse la lección de Homero, según la cual, la fuerza de los mortales es el vino». Cuenta Suetonio, en su Vida de los doce césares, que al emperador Tiberio Claudio Nero, por su afición y adicción al vino, le llamaban Biberius Caldius Merus. Son muchas las palabras latinas que están relacionadas con el mundo del vino. Protos, de la denominación de origen Ribera. Liber, de Toro. Agribergium, del Bierzo.
Se habla, permanentemente, de la España vaciada, en la que Castilla y León, entre otras, tiene una asignatura pendiente. Nuestra Comunidad Autónoma posee un potencial que todavía no está del todo explotado. El negocio del vino debería ser uno de los pilares sobre los que podría pivotar la revalorización de los pueblos castellanoleoneses.
El vino genera felicidad, comunidad, turismo y buen yantar. La Ley del Vino de nuestra región es más propia del siglo pasado que del XXI. Las Administraciones públicas tienen una oportunidad de tomar audaces medidas para facilitar que esa transformación sea una realidad y que las aldeas y municipios de nuestro territorio se conviertan en lugares atractivos para disfrutar. Tengo unas cuantas ideas al respecto.