Corazón Pucelano
EN OCASIONES, le entra a uno cierto sentimiento de vallisoletaneidad. Le corre, por tanto, sangre morada por las venas y, por qué no, ahora con más motivo, blanquivioleta. Y es que son tantos los ríos en los que un servidor lleva años lavando que me olvido de arrodillarme con mi tabla de lavar en el Pisuerga, el río de mis nieblas infantiles, de caricias y besos a remo de juventud, el río de mi amigo Lucio, el de la voz rasgada, un titán de la saga catarra. Se me aparece todavía su gesto en el recuerdo al lado de su colega indio Vasudeba. Y es que solo un barquero sabe la verdad del río. Sus aguas nunca detienen el paso. En la orilla, la vida pasa y cambia. Los ríos, como los mares, son testigos de la tierra que riegan. Se mojan en la crónica de la ciudad y les puede la soberbia. En riadas, el Pisuerga es campeón.
De niño me vienen los maretazos en San Mateo, que removían arenas, y me traen rimas del poeta comillano Jesús Cancio a mi playa de interior. Ni con toda su furia logran alterar las agendas vitales de orilla y costa. De ahí que en este pálpito de corazón pucelano se le enciendan a uno lucecitas verdes, otrora rojas de olvido. Y es que en el río está la verdad. Lo escribió Hesse para su barquero. Soy de los que se bañan desnudos en la noche del viejo Pisoraca, se visten al amanecer en su mansedumbre cervantina y buscan en su playa, al caer la tarde, mensajes flotando de la condesa Eylo, que le construyó el puente de plata. A su alameda acudo a soltar la lágrima y a confesarme en la aceña. A decirle al río que olvidamos, a veces, sus cosas, que son las nuestras. Él sabe mucho. Conoció al portugués Piñeiro, al rey que rabió y se llevó la Corte, a Juan de Juni, el francés, Gregorio Fernández, el de Sarria, y a Cervantes, que vivía a orilla de la Esgueva, su hija y ramal más querida.
Con mi río comparto amarguras pucelanas. Nos hemos lamentado ambos del escaso eco emocional del común, de nuestro templo de Salomón: el Nacional de Escultura, antes -y siempre- policromado. Arcano y madre de las edades de la imaginería. Tengo cita con mi río en breve, esta vez para contarle algo sobre lo que el común anda contento en su ciudad porque en Fuensaldaña, uno de sus trovadores, con sangre morada en vena, César Pérez Gellida, ha vuelto a escribir en blanco y negro bellas páginas de literatura en Valladolid y ha hecho palpitar el corazón pucelano.