Diario de Valladolid

Javier Pérez Andrés

Un móvil en la mano de la Virgen

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EN el sendero de las Edades. Ante mí, la Anunciación de María. Alonso Berruguete, un clásico en la magna exposición. Un lujo para el visitante. El de Paredes abrió el Renacimiento en España. Recordé al observar la talla que sus restos reposan bajo el altar mayor de Ventosa de la Cuesta y que andan sus vecinos soñando con su exhumación para reivindicarle. Piso moqueta en Santa María del Camino. María, la del maestro palentino llegó de la iglesia de Santiago, Valladolid, kilómetro cero para iniciar el Camino desde la ciudad.

Despista la otra Anunciación de Gregorio Martínez, que no es el de Sarria. Fernández no anda lejos en la moqueta de Lux y, como siempre, prolijo y obligado. La talla viene del Nacional de Escultura, bastión de la gubia y la policromía. Desde la calle la portada de Santiago. Solo contemplarla a la intemperie ya merece un viaje. Las dos sedes carrionesas desbordan vírgenes, como la niña de rubios cabellos de la mano de sus padres, Joaquín y Ana. A la sazón, santos y patrones de los abuelos. Maravilla de Luca Giordano, el napolitano que pasó una década gloriosa por “los madriles” de la Corte. Su Virgen Niña viene de San Miguel, la estancia cuellerana de esta obra, que pasó por el taller de chapa y pintura de la Edades. En Carrión, la LUX mariana casi ciega y sus obras embelesan.

La de la Esperanza, del navarrés Salvador Carmona, vino de Medina de Rioseco. En Nava de Rey siguen solitarias sus obras en un convento que cerró hace tiempo. Ni pensarlo quiero. Y no puedo evitar rendirme a esa talla sedente y lactante de Alejo de Vahía, el de Becerril, y a quien «San Pedro Cultural» y su Péndulo de Foucault me le roban incomprensiblemente protagonismo. Allá ellos. De Morales del Vino llega la Virgen de la Leche, mostrando un pecho. Con el sello de Vahía: los pliegues del vestido, ese rizo en la frente del niño y sus angelitos. Alejo es otro grande. Me impactó La muerte de San José, tan olvidado en los lineales del arte, inspirado en el Evangelio. Bellísimo grupo escultórico. Mis vírgenes favoritas son las de Alonso Cano, tan delicada, la de Eduardo Palacios, tan materna, tan tierna…

Pero la más fascinante es la de Isabel Guerra, la monja que pinta como los ángeles gracias al milagro del hiperrealismo. La cisterciense se destoca con los pinceles y nos regala una virgen joven, fresca, rubia… Una mujer de ahora, tanto que te la puedes encontrar en una terraza, en la calle, e imaginarla con un móvil en la mano. Muchas Inmaculadas en sede carrionesa y, claro, se acuerda uno del voto de Villalpando, que ahí empezó. Carrión bien vale un par de misas. Y me dejo muchos: Pedro de Mena, Bigarny, Pedro, el Berruguete pintor, Juni, Siloé... No se han ido. Pasan el verano a la orilla del Carrión. Continuará en la del Cea, la segunda Edad terracampina.

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