Diario de Valladolid

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Se habla mucho del regreso a los pueblos de los todopoderosos urbanitas, no solo para pasar vacaciones y fines de semana, sino incluso para vivir, para aprovechar las posibilidades de teletrabajar que permiten las nuevas tecnologías de la comunicación, siempre y cuando hayan llegado al pueblo al que se quiere ir, que de momento hay muchos sin banda ancha y para comprobarlo no hay más que hacer un recorrido por la provincia de Soria, en la que en muchas poblaciones ni siquiera se puede hablar por el móvil, así que intentar preguntar a Google es una utopía. El reencuentro entre los habitantes del campo y los urbanitas no siempre es fácil, porque el inconveniente que tiene ese espacio idílico es que no se comporta como una postal y resulta que tiene gentes, aunque cada vez menos, que hacen lo que siempre han hecho, trabajar la tierra y cuidar animales, entre otras cosas, y tienen el descaro de tener sus propias costumbres y, para más inri, intentar mantenerlas. Así que, de vez en cuando, hay desencuentros y conflictos que acaban en los tribunales, porque los lugareños se empeñan en continuar con los sonidos con los que conviven desde siempre y ni se inmutan con los olores que generan sus actividades. Como algunos urbanitas no pueden utilizar desodorante alguno para evitar olores de establos o de los campos abonados ni pueden insonorizar nada, acaban poniendo denuncias en los juzgados, gobernados por urbanitas, para que se mate al gallo, se quite la campana, se deje de abonar el campo y se lleven a otro sitio las granjas. El peligro es real y ante el poderío de los de la ciudad, los de los pueblos tienen que pedir protección. Pasó en Francia, donde ya hay una ley para proteger el patrimonio sensorial rural. Todo empezó tras una demanda de un urbanita por un molesto gallo. Ahora, la Diputación de Soria quiere que en España haya una ley similar. Lo pidió el diputado y alcalde de Hinojosa del Campo, Raúl Lozano, y logró el jueves una declaración institucional unánime en la que se insta al Gobierno a que proteja de forma explícita el patrimonio sensorial de las zonas rurales. En Hinojosa del Campo, por ejemplo, tienen que estar atentos a quitar la campana del reloj de su torre cuando llega un veraneante que ya les ganó un pleito al respecto. Hay más casos y seguirán aumentando. Así que sí, el medio rural necesita protección para que los urbanitas que siempre quieren imponerse no puedan impedir que el campo siga siendo un medio de vida, que además la crea también para las ciudades en forma de alimentos.

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