Aplauso constante
A ESTAS alturas habrá ya muy poca gente a la que el covid no le haya tocado muy de cerca, no por un contagio directo, sino por tener a una persona querida con la enfermedad, un familiar o un amigo. Cuando estalló la pandemia en el mes de marzo para muchos todavía las referencias eran lejanas, el padre o la madre de un conocido, de un vecino. En lugares más pequeños como Soria, saber de alguien que había contraído el covid era más sencillo y, tristemente, también, tener conocimiento de personas que fallecían, no por una estadística, que muchos veces quedaban fuera de ellas, sino por saber su nombre y apellidos, la familia a la que pertenecía.
Ahora, con la tercera ola, se pueden contar los familiares que han pasado la enfermedad y los amigos más cercanos que han pasado por el trance, los casos sin síntomas, leves o más graves. Algunos cuentan las pcr o test de antígenos que les han hecho, las veces que les han confinado en el domicilio por haber sido considerados contactos estrechos o por haber dado positivo en el peor de los casos. La pandemia dejó de ser algo que una mayoría observaba por la ventana para colarse en muchas casas.
En esas ventanas se aplaudía cada día a la primera línea de combate contra el virus que acaba de comenzar a invadir nuestras vidas. Ahora ya no se aplaude e incluso aparecen quejas porque los teléfonos se saturan y no hay respuesta, porque hay cosas que no funcionan bien debido al colapso que provoca el enemigo, o porque hay errores. Pero el aplauso, aunque ya no exista, sigue siendo tan merecido o más que en los primeros momentos. En unas situaciones que angustian, por la incertidumbre de una prueba, por la situación de un allegado, hay un personal sanitario que, pese a estar muchas veces desbordado, es capaz de responder no solo con eficacia, sino además con humanidad.
Sorprende ver cómo han asumido el sobreesfuerzo inevitable sin que el que tiene que acudir a reclamar su ayuda apenas lo note. Habrá excepciones y gente con quejas fundadas, también otras infundadas, pero los sanitarios responden y uno puede comprobar que, en la mayoría de los casos, no se encuentra sólo con profesionales, con técnicos, sino con personas que saben que tratan con personas en las que reconocen o intuyen la inquietud o el miedo y también ante eso responden. Eso merece un aplauso no a las ocho de la tarde, sino constante. Habrá cosas que fallen, porque esta pandemia desborda todo, pero hay una gran mayoría de personas que trabajan para combatirla que sorprenden por su profesionalidad, y su humanidad.