Mierda de gato
Qué se yo. Los títulos de estas columnas, a veces, parecen sacados del National Geographic, hablando de zoología. Otras, de las películas de Clint Eastwood, que llega a caballo con revólver en mano armando la balasera, que dicen los mexicanos. Pues no señor. Aquí somos pacifistas, y sobra la ferocidad animal, las balas del wéstern, y las ideologías sectarias. Estos extremos son exclusividad del BOE de Sánchez y del corral del Congreso de los Diputados, donde se cometen los duelos más cruentos y las guarradas más bajas.
Estas columnas se relacionan con algo tan antiguo como molesto: con la palabra conciencia. Importantísimo. Cuando nuestros políticos hablan de progreso político y económico, quiere decir que de conciencia cero. Sin ella puedes ser ministro de Sanidad, mearte en la pandemia, ascender en sueldo y categoría sin dar golpe, y encima te homenajean por el desastre. Para esto sólo hace falta una condición básica: no tener conciencia.
Carmina, mi vecina, que tiene un gato persa chulísimo, dice que es igual que Illa: tampoco se arrepiente de nada. Tiene el michino la fea costumbre de cagarse en la escalera. ¿Quién quita las cagadas? Pues Carmina. Harta, me sugirió el sábado: Oye, niño, pregunta a tu psicólogo que qué tengo que hacer para que al mi Randol le entre un poco de conciencia.
Dado mi cariño y consideración por ella, llamé a mi psicólogo para evacuar consultas, y reconozco que la he vuelto a pringar. Antonio, me dijo sin miramientos: ¿eres gilipollas del todo, o perdiste la poca cabeza que tenías? ¡Vete a la mierda! Le repliqué, humildemente, que de inmundicia quería hablarle. Pero viendo que me faltaba un palo para sujetarla, le pregunté por la conciencia psicológica. Ni por esas: míralo en internet, y fin de la consulta, son 150 euros.
Por el mismo precio, me interné en internet, que es el oráculo de nuestro tiempo. ¡Qué tiempos aquellos que había que ir a Delfos en burro! Ahora das una tecla, y se te abre el conocimiento del universo en un pispás. Puse la palabra conciencia, y ¡ala!: miles de citas, muchas falsas y no pocas erróneas. Así que volví a lo seguro: a mis clásicos. Allí, qué interesante, encontré ésta de Cicerón: «No debe apartarse de la recta conciencia ni el grosor de una uña». Y ésta de Víctor Hugo en Los miserables: «La conciencia es una tempestad bajo un cráneo».
Desde luego, tras leer la concienzuda ristra como si fueran chorizos, en quien primero pensé fue en Pedro Sánchez. Me da la sensación que el Presi ni ha dado a la tecla. Es más, para él puede que ni exista. Como en el fondo tengo buena intención, le señalaré con el permiso de ustedes –y para que lo escuche con su ex ministro Illa, con su Gobierno en pleno, y con el resto de adheridos y propagandistas– un par de cosillas que me ha dicho el oráculo sobre qué es conciencia y qué arrepentirse. That is the question.
Lo que concienzudamente ha hecho Illa como ministro de Sanidad durante todo este tiempo terrible de pandemia, se identifica al ciento por uno con el gato de Carmina que, con meada incluida, se cisca en la escalera con mucha conciencia. La de Illa es, además, conciencia de Salvador: carece de empatía, humanidad, amor al prójimo, dignidad. Pura estrategia política que, sin estudios y conocimientos –y sólo con el carnet del PSC en la boca–, parece una máquina de tricotar privilegios. A esto lo llama progresismo, pero es falta de conciencia.
Con el arrepentimiento –«Un punto de contrición/ da a un alma la salvación», le decía don Gonzalo a Juan Tenorio– tiene Illa un historial libertino y escatológico. Con más de noventa mil muertos en la cartera, no sólo dijo que «no me arrepiento de nada», sino que le soltó a su sucesora una obscenidad pornográfica y sádica: «Vas a disfrutar» a tope. El zurullo de Illa llega hasta el techo y ha reventado todas las tazas y cañerías. Qué excrecencia más totalitaria.
Hitler tampoco se arrepintió de nada antes de tomar el veneno liberador. Tampoco otros miles de dirigentes que sembraron la historia de sufrimientos, caos y muertes. Sánchez lo mismo, pues miente como habla, y habla como un bunkero y un okupa con votos y botos. Las categorías morales para él no existen y, desde luego, no ha leído a Kant cuando desde la moral y desde la conciencia exigía que hay que «obrar siempre de tal modo que pueda querer que mi máxima sea ley universal». Esto ni Sánchez ni Illa, su filósofo de cabecera, lo han olido.
Su plan conjunto para las elecciones catalanas –moralidad nula, porquería a tope– es la pota podrida donde se cuece la deshumanización, la fractura de un país, y la voladura de una sociedad. Para estas alforjas sobran conciencia y arrepentimiento. Illa y el gato de Carmina ya compiten por una caca en la escalera. España ha perdido la dignidad. Puestos a excretar, dice mi vecina que ella no piensa poner el culo con los nuevos test anales de los chinos. Es tajante: que empiecen en Barcelona Sánchez e Illa para dar ejemplo público, y que yo vea el ojete. Carmina, por favor, que esto es una columna seria, no el poema guirrindongo de Quevedo sobre el culo. Dimito.