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Redacción de Valladolid

Una calle para ellos

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JOAQUÍN, Gilberto, Emilio e Ignacio son, fueron, cuatro claretianos españoles que salvaron la vida de más de cien judíos perseguidos por el nazismo. Joaquín Aller era leonés, Gilberto Valtierra nació en un pueblecito de Burgos, Emilio Martín estrenó su vida en Segovia e Ignacio Turrillas era oriundo de Navarra. Los cuatro misioneros falsificaron en París partidas de bautismo y castellanizaron los nombres para evitar que figuraran en el censo de judíos que estaban condenados al exterminio nazi. Una conmovedora historia de solidaridad que acaba de divulgar Julio Núñez en El País gracias al trabajo de Santiago López.

"Los falsificadores de Dios", como se titula el reportaje, infringieron la ley eclesiástica, se enfrentaron al Estado francés y pusieron en peligro la diplomacia nacionalcatólica franquista de la época (1940-1944).

"Los pobres de París lloran ante la tumba del padre Valtierra", rezaba una carta que recibió en 1953 la familia de Gilberto. Más de un siglo después, los claretianos ayudan hoy en la capital francesa a los más necesitados en un más que notable ejercicio de compromiso con los desfavorecidos.

La Iglesia que llevó tantos años bajo palio al caudillo, la que se comprometió con la dictadura y acosó al legítimo gobierno de la República y la que encubrió durante décadas a cientos de pederastas poco tiene que ver con estos religiosos que no dudaron en falsificar partidas de bautismo para salvar decenas de vidas del holocausto nazi.

Su implicación en esas conversiones falsas merece un homenaje público. Nada que ver con quienes llevan a los altares de la fama y la santidad a los acumuladores de riqueza; mucho menos a los que protegen y amparan a reyes comisionistas obsesionados con acumular patrimonio o los que blanquean y falsifican la trayectoria de quien ha utilizado el privilegio de la impunidad y la inviolabilidad como jefe de Estado para hacerse rico cuando "su pueblo" lo pasaba mal.

La ejemplar conducta de los cuidadores de esta atroz pandemia, la de los comprometidos sanitarios y la de estos misioneros contrasta con los abusos de un "emérito" huido a quien ni su propio hijo concede ya la presunción de inocencia.

No me gustaría vivir en una de esas 66 calles de Castilla y León –en España son 637– que santifican al adinerado monarca. Sobran motivos para retirarle el homenaje de la calle y entregarlo a quienes han demostrado dignidad con su labor. Son los sanitarios, los cuidadores y otros tantos ciudadanos anónimos que, como estos claretianos, lo merecen bastante más que el rey del dinero.