Diario de Valladolid
Imagen virus playa

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Antonio Piedra

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La nueva normalidad prometida por Sánchez es ya el buque insignia de su Gobierno. Al margen por completo de toda realidad, viene a ser la confirmación de que en España no somos normales. Ya señalaba Luis Vives, que sabía mucho de anormalidades hispanas, que «tan perjudicial es desdeñar las reglas, como ceñirse y pegarse a ellas con exceso». Si echamos un vistazo a la historia de las Españas –suficiente con los tres últimos siglos–, da la impresión de que estamos leyendo un cúmulo de despropósitos sin sentido y sin lógica.

Ejemplo pedagógico. Cuando aquí se pusieron las vías del tren, se hizo de forma diferente al resto del mundo para que no pasaran los trenes extranjeros o para que circularan al modo hispano. Los funcionarios de entonces, pagados por el Gobierno, no entendieron tal insensatez, y se quedaron calvos. De esta anormalidad estrecha, las majaderías in crescendo que señalaba Ortega: «una estupidez así no se puede dominar si no es con otra».

Es lo que sucede ahora en época de coronavirus. Hay muchos menos trenes, y la gente viaja apelotonada y paga billetes más caros. Lo lógico sería poner más trenes con los espacios lógicos de anti pandemia. Pues no. Viva el amontonamiento decretado por RENFE, que parece el último encarguito de Roberto Ducay –gran amigo de Sánchez– antes de que dimitiera por rijoso, tacaño e inútil. Y viva la nueva normalidad. Quien no esté de acuerdo, que pedalee en bicicleta que es muy sano.

Pero estas son simples paparruchas y cotilleos. ¿A alguien le puede parecer normal que tengamos un Gobierno con Pedro Sánchez a la cabeza y con Pablo Iglesias dirigiendo el cotarro? ¿Se puede llamar normalidad a ir con mascarilla por la calle, y provocar una estampida cuando alguien tose cerca? Si esto es así de normal, qué será lo anormal? Si el país está arruinado, en el paro, con una situación económica aterradora, y sólo pendientes del trapicheo con Europa para sobrevivir de subvenciones a fondo perdido, ¿qué será lo anormal?

Ítem más. Si ante una situación de emergencia como la que hemos vivido y seguimos inmersos, el Gobierno reacciona ocultándonos las listas de fallecidos, y nos obliga al uso de mascarillas que meses antes desaconsejó, ¿qué es lo anormal? Si el partido coaligado con el PSOE, que es Podemos, no ayuda y se dedica a echar gasolina, a sacar tajada de la desgracia general para imponer doctrinas totalitarias más viejas que un baile agarrado, y a manipular las reglas del juego democrático a su antojo, ¿qué es lo anormal?

Terrible situación y negro horizonte el nuestro. Con un otoño amenazante hasta las trancas, aquí se dan tres capas de pintura a la nueva realidad para disimular todo, tapar todo, mentir por todo, y aprovecharse de todo. El Gobierno no sólo está feliz con su novedad, sino que hace la ola a Gracián cuando denunciaba en el Criticón semejantes majaderías: «Gran hechizo es el de la novedad, que como todo lo tenemos visto, pagámonos de juguetes nuevos, así de la naturaleza como del arte, haciendo vulgares agravios a los antiguos prodigios por conocidos». Así nos va.

No sólo andan sobrados. Son además recalcitrantes. Lo demuestra con creces el poderoso Vicepresidente del Gobierno con asiento y responsabilidad en los secretos de Estado. Siendo el responsable de las residencias de mayores –uno de los problemas sociales más dramáticos con miles de muertos–, no ha pisado todavía una sola de esas residencias. Mientras lo ignora, se emplea a fondo con la tarjeta telefónica de Dina en una de las peleas más barriobajeras de los malos conspiradores. Lo único que aporta el macho alfa al pensamiento común es que hay que naturalizar el insulto. No hacen faltan muchas más pruebas: aquí lo normal es lo anormal.

Cuanto más ‘nueva normalidad”’bebemos del frasco, más anormal será la vida de los ciudadanos. Lo señalaba Valéry con lógica aplastante: «La necesidad de novedades es síntoma de fatiga o de debilidad de la muerte, que pide lo que le falta. Porque no hay nada que no sea nuevo». Lo percibimos en la señora Montero, la hija de Chaves y de Griñán. Seguir por cinco minutos su discurso incoherente como portavoz es un reto desconcertante: o se enloquece in situ, o jugamos a ser anormales y diferentes y que salga el sol por Antequera, o asumimos lo peor de todo: que nos va ese trato para sumisos y de anormalidad política de asalto.

Ni de coña, amigos. Un poco de sensatez. La confusión de lo anormal y de lo normal cuela en España que da gusto. Hace poco me han operado de una cosa del cuerpo. Como no quiero que en nada me operen de la cabeza, haré un esfuerzo diario por distinguir lo que es normal de lo que es anormal. Si se quiere de verdad, esto se distingue tan claramente como la noche y el día. Mi primera conclusión, por ahora, es que soy de los normalitos. Me lavo las manos, me pongo la mascarilla, y me veo en el espejo con la cara de vieja normalidad que decía Quevedo: mira majo, consuélate, «se puede perdonar a un hombre ser necio una hora, cuando hay tontos que no lo dejan de ser una hora en toda su vida».

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