Datos ilimitados
LEX ARTIS
Mucho ayuda el que no estorba (o algo así) fue lo que me espetó, así, a quemarropa, a ese bote pronto de un balón directo a la boca del estómago, un amigo cuando le pregunté si podía ayudarle en algo. Es evidente que nada necesitaba, o quizá que mis aptitudes no eran las idóneas para colaborar. No me lo tomé a mal. Siempre me ha gustado arreglármelas por mi cuenta.
El caso es que en este tiempo litúrgico y carnavalero de uniformidad sanitaria y discordancia estadística debe reconfortar, al menos, evitar ser actor eficaz y deficiente del desastre. Eludir la negligencia, sortear errores y descuidos por desidia y exhibicionismo de torpe rebeldía.
Un mínimo de diligencia evita grandes estropicios. Saber qué y con quién. Querer hacerlo bien. O si es mejor no hacerlo, quedarse quieto. Así se evita incurrir en esas culpas in vigilando e in eligendo.
Si la trayectoria vital no deja de ser, con mayor o menor conciencia, la búsqueda de uno mismo, no está de más superar con cierta holgura y dignidad la asignatura de no ser parte de los problemas. Sobre todo de los ajenos. A partir de ese punto, de ese paisaje de honrada frescura de valle frondoso, todo será una gozosa satisfacción y, de regalo, un tiempo ganado a la discusión estéril y a las inversiones que cotizan en los mercados de las frustraciones.
La ciencia avanza y el bienestar material sigue ganando terreno es nuestro mundo occidental, pero nada parece disuadir a las gentes de sus empobrecedores confinamientos en doctrinas y manifiestos. Muchos se conforman con un territorio de apenas 150 centímetros cuadrados. La ansiedad por conseguir un consumo ilimitado de datos en el móvil contrasta con la brutal precariedad de argumentos vitales. No es insensato preguntarse si no asistimos a un tiempo en el que queremos que nos den todo hecho. La comida y las opiniones. Impacientes siempre por saber cuándo llega el paquete de Amazon. Como si la ansiedad por tener cobertura equivaliera a la inquietud por usar la inteligencia.