La reina de hielo
Elena González, que comenzó en el patinaje artístico pasados los 40, consigue en Innsbruck su primera medalla internacional en los World Winter Master Games / El año pasado, el de su debut, conquistó la Liga NacionalPlata
Los cuentos de hadas están llenos de princesas que se casan con príncipes azules y viven en un palacio felices para siempre. Sin embargo, lejos de la cultura popular, existen personas que no esperan que el destino escriba su historia y deciden construir un castillo -de hielo en este caso- con sus propias manos. Es el caso de Elena González, reina por sorpresa del patinaje sobre hielo.
La patinadora del Hielo Pisuerga miró de reojo desde niña los axel, lutz y flip -espectaculares saltos que tiñen de color el patinaje artístico-. Soñaba con imitarles, pero la realidad le mostró otro camino. «Siempre he visto por la tele y me gustaba. Empecé a patinar sobre ruedas con nueve años o así, cuando pude», recuerda.
Cacereña de nacimiento y vallisoletana de adopción desde los 14 años; en esta ciudad exprimió cada minuto que podía la pista de Los Cerros, donde las ruedas se convertían en una alternativa perfecta a la fiesta junto a sus amigos, los hermanos Rafa y Esther Valsero. «Alquilábamos la pista cuando acababan los de hockey y en vez de salir de marcha nos quedábamos patinando».
«Me compré unos patines de hielo y el fin de semana que iba a ir a estrenarlos me enteré de que estaba embarazada»
La transición de las ruedas a la cuchilla tardó en llegar... y lo hizo con más retraso de lo esperado. Cuando la posibilidad de poder patinar sobre hielo se sirvió en bandeja, el destino la guardaba otra sorpresa. «Me compré unos patines de hielo y el fin de semana que iba a ir a estrenarlos me enteré de que estaba embarazada», explica. Esos patines se vieron relegados por la maternidad a un hueco en un armario, donde pasaron cinco años de aislamiento hasta que decidió sacarles del olvido para estrenarlos en la pista del CDO.
Durante una visita a Barcelona para ver en directo al mago Javier Fernández supo de la existencia de una competición para adultos. Así, con 42 años decidió deslizar sus sueños por el frío hielo y catar el sabor de la competición . «Es lo que he querido hacer siempre. No tuve la oportunidad de hacerlo de pequeña y era un sueño que tenía pendiente», asegura.
Así se enfundó sus patines para debutar en una jornada de la Liga Nacional Plata -que conquistó el pasado año- con las ideas muy claras. «Cuando llegas a adulto la competición es contigo misma. Preparas el programa, el vestido -con la ayuda del don con la aguja de Isabel de Dedalium-, eliges la música... sólo eso ya es un reto», confiesa. Así, después de derretir el Iglú de Granada con su carisma cuando pisa el hielo probó suerte en el Mundial de Adultos celebrado en Oberstdorf (Alemania).
El 2020 comenzó para Elena González descorchando un nuevo éxito en el mismo lugar que acogió los Juegos Olímpicos de Invierno en 1964 y 1976, la austriaca Innsbruck, sede de los World Winter Master Games.
En el corazón del Tirol descubrió otra dimensión; una muy diferente a la que vive en Valladolid, donde se reparte entre la Cúpula del Milenio y el CDO durante los tres meses que permanecen abiertas estas pistas -además de ir una o dos veces al mes a Madrid para entrenar y formarse y de trabajar durante todo el año la danza-. «Allí pude entrenar con mi música. Aquí no puedo, tengo que hacerlo con los cascos en una sesión pública y voy a las competiciones sin haber hecho el programa una sola vez entero», confiesa.
«Salí a por todas y disfruté muchísimo».
La música de ‘Uptown Funk’ de Mark Ronson fue la banda sonora de su primer éxito internacional, una medalla de bronce. «No me lo podía creer. Cuando aún estaban las puntuaciones yo me iba al hotel, porque al día siguiente tenía que madrugar para hacer la parte técnica. Me llegó un mensaje de una amiga diciendo que había ganado el bronce. No daba crédito», confiesa.
Elena González volvió de Austria con un bronce con sabor a oro; un aliciente para preparar un nuevo envite a la Liga Nacional, y demostrar que, aunque en categoría amateur, lo visto en Innsbruck es sólo la punta del iceberg.