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ADOLFO ALONSO ARES

Versiones de la historia y de la vida

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Vivimos y participamos en una gran comunidad autónoma que aglutina dos territorios históricos y legendarios que, a lo largo de la historia y de la vida, se aunaron para conformar la esencia de lo que somos. Ya veremos cómo se presenta el futuro, pero hoy y ahora hemos de procurar, con todo nuestro empeño, que estas nueve provincias que cabalgan juntas, obtengan lo mejor.

Como leonés me siento íntimamente ligado a mi tierra y he fermentado en ella con las inquietudes intensas de su historia y su memoria. También junto a las mías. Porque he hilvanado el mundo desde aquí. Aquí he vivido y  he participado. No me fui a ninguna parte y podía haberlo hecho, como lo hicieron muchos en mí generación. Por eso me siento plenamente enraizado en la idiosincrasia de un territorio que fermentó en tiempos ya lejanos.

Ahora hemos de cavilar y disponernos para dar solución a los contextos que se aferran, ya que nuestros pueblos, los que componen el mosaico fidedigno y social en esta vasta extensión de la Península Ibérica, no sigan evacuándose. Para que los núcleos de población que forman y que, proverbialmente, formaron  todo este conglomerado comunitario, dejen de perder más habitantes y que pueda planteársenos, también a nosotros, sí, a nosotros –a los que hablamos y escribimos habitualmente sobre esto– el interés y el compromiso de vivir en esta tierra.

Hemos de reunir la inteligencia para que no se eclipse todo ese cromatismo tan lejano que nos forjó durante siglos y milenios. Para que nuestro territorio llegue a estar dotado con muchos más cimientos de bienestar y para que existan más posibilidades y puedan asentarse muchos más puestos de trabajo.

Castilla y León –la historia está ahí– tiene que ir urdiendo la posibilidad de recuperar todo el esplendor que tuvo antaño. Ese sería el reto. Pero hemos de mentalizarnos para que los que vivimos en cualquiera de estas provincias seamos más activos, más persuasivos, más emprendedores e incluso más soñadores. Hemos de hablar más alto de lo nuestro para optimizarlo, para que los que tengan ánimos de invertir en nuestra tierra no huyan asustados,  pues leo, a menudo, que desaparecen todos los días muchos de  los tan necesarios autónomos y que la mayoría de los jóvenes que cursan en nuestras universidades aspiran a ser funcionarios o a largarse de aquí, para probar fortuna en otra parte. La imaginación, la formación y el empeño sirven para renovar y crear nuevas expectativas.

Aunque esa transformación territorial y organizativa que se esboza ahora al plantearnos dividir en dos comunidades lo que solo es una, ha de pensarse y repensarse con mesura. Y es que la conjunción histórica de estos dos viejos reinos, que hoy ocupan una única comunidad, siempre estuvo datada en la duda popular y literaria, que es la que ha pervivido. Ya que cuando leemos grandes novelas que anotaron los hitos de lo nuestro, nos damos cuenta de que refutamos el recuerdo geográfico  donde dice Cervantes –quizá refiriéndose a él mismo– que desciende de los montes de León y, sin embargo, hoy se referiría a la provincia de Zamora. Claro, que de aquella no existían las provincias.

Todo esto formula un lapsus que nos apropiamos para acordonar la gran novela del siglo de oro en nuestros territorios. Lázaro de Tormes, salmantino de Tejares, responde también a una cita territorial cuando en Toledo le preguntan por el origen de aquel escudero con quien estaba asentado y él, de un modo muy holgado, sin especificar, dice que de Castilla la Vieja. Sin embargo, resulta sorprendente que un salmantino no refiera nunca su viejo reino de León. 

José Isla, el Padre Isla de Fray Gerundio de Campazas sitúa a este pueblo del sur leonés, en la provincia de Campos y en Castilla la Vieja. Y cuando uno de aquellos estudiantes, el que fuera hermano del rico de Campazas, tiene que dar cuenta de los saberes y la vida, resulta que había cursado en el Colegio de San Froilán de León, el cual tenía hermandad con muchos de los colegios menores de Salamanca, después fue porcionista en el Colegio de San Gregorio de Valladolid y ya adulto fue por oposición curato de Ajos y Cebollas en el obispado de Ávila. Ahí tenemos el grueso de nuestra actual comunidad.

Este trasiego de viajes a lo largo y ancho de los territorios que hoy se llaman Castilla Y León y que abarcan nueve provincias, se transitaron sin el Tren de Alta Velocidad, sin autovías, ni autopistas, ni carreteras, ni aeropuertos. Pero los estudiantes cursaron ya entonces en dos universidades y todo ello –no sirva más que como referencia del tiempo– porque hoy tenemos en Castilla y León nueve universidades y un sinfín de posibilidades para que esta tierra compita firmemente en el mundo actual. Porque en aquella España paupérrima y muy poco poblada sobrevivieron con holgura nuestros pueblos y quiero alentar la idea de que superaremos estos retos con desahogo, pues si no confiamos en los nuestro estaremos perdidos, y es que ahora nuestras posibilidades son inmensas, por eso sé, que el gobierno de nuestra comunidad autónoma actuará con diligencia para que Castilla y León sea referencia de vida y de progreso.

Adolfo Alonso Ares es escritor y pintor.