Diario de Valladolid

JOSÉ LUIS PRIETO ARROYO

Democracia electoral versus democracia social: la verdad verdadera

El autor sostiene que la actual Sociedad de la Comunicación confunde al ciudadano y propone que se confíe en la Sociedad de la Educación, que llevará a la Sociedad del Conocimiento

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En el largo camino hacia la Sociedad del Conocimiento que una auténtica democracia social exige y en su modelo social Nueva Democracia promueve, la ciudadanía se ve obligada a afrontar obstáculos de muy poderosa masa gravitatoria que los convierte en auténticos agujeros negros cuya seductora atracción tal vez conduzca a la propia extinción de la democracia.

Habiendo cerrado en falso la Sociedad de la Información, de claro predominio durante las dos últimas décadas del siglo pasado, nos hallamos, hoy, abducidos bajo el manto cautivador de la Sociedad de la Comunicación; en realidad, una versión bien vestida, frívola y dicharachera de la Sociedad de la Ignorancia.

Como es sabido, a cada modelo social ha venido correspondiendo una verdad consagrada y un modo de ejercer el poder político, sin que sea fácil atribuir predominancia en lo que es clara interacción. Así, a lo largo de la historia, los humanos hemos venido prestando culto a diferentes tipos de verdad: la verdad religiosa (propia del pensamiento mítico y basada en un híbrido de aptitud y actitud psicológicas llamado ‘fe’, don con que la gracia divina a algunos no nos ha querido tocar); la verdad filosófica (de la mano de la razón, no siempre fiable, con modelos racionalistas, empiristas, irracionalistas, metafísicos, hermenéuticos, analíticos, etc.); la verdad lógica (variante impía e irritante de la anterior, más comprometida con el lenguaje y la matemática); la verdad científica (de distintas modalidades, según el compromiso con la epistemología y el método); la verdad jurídica (que sancionan los tribunales de justicia, verdad rotunda cuando alcanza el carácter de inapelable, verdad entogada); y, en fin, una retahíla de otras verdades menores como la verdad ética, estética, etc. Pero, por encima de todas, la verdad de las verdades, la verdad verdadera: la verdad mediática, comúnmente denominada ‘la puta verdad’.

En esta Sociedad de la Comunicación que nos otorga la falsa sensación de que entre todos la construimos y, por tanto, la de mejor apariencia democrática, descuella, muy por encima de todas, la verdad mediática, una clase de verdad por la que los humanos siempre hemos sentido predilección, que aglutina rasgos de pensamiento mítico y de irracionalismo de ínfimo valor conceptual, salpicados por aquí y acullá de briznas de lógica de Perogrullo. Su éxito se debe a que es una verdad cómoda, de claro predominio de la emoción sobre la inteligencia -a la que es absolutamente refractaria- y alérgica a la memoria, rasgos que la convierten en favorita de la clase política, aunque no exclusiva de ella. Hoy, casi nadie se lleva el modesto dedo a la cabeza, sino la mano al pecho y, si es el puño, mejor, significando que la verdad ha calado muy dentro, lo que la hace más verdadera.

Desde el poder político promotor de la Sociedad de la Comunicación se hacen grandes esfuerzos por la construcción de la Democracia electoral(ista), una democracia poco exigente para con el ciudadano, al que brinda una participación cotidiana low cost, de usar y tirar, acorde con los gustos de la época, y que solo compromete un poquito en periodo de rebajas, cada cuatro años y, eso sí, un solo día dedicado a la santa reflexión, no vayan a irritarse las neuronas. Verdad mediática y democracia electoralista, o, lo que es lo mismo: emoción compartida, clic ‘me gusta’ y retuit del líder (sin comentario, claro). Y emoticonos, muchos emoticonos, que las palabras no hay dios que las entienda, no digamos las frases, esas construcciones inútiles y arcaicas elaboradas solo para fastidiar. No importa que el propio líder vuelva la emotiva verdad mediática de ayer en pura falsedad a la mañana siguiente, que para algo dispone de muchas más emociones compartidas que regalar un día tras otro, una campaña tras otra. Verdad compartida, claro está; bien vestida de igualdad, pero sobre todo con muchos bordados de derechos, de brillo cegador, para que tapen los rotos y descosidos que tanta falsedad pudiera dejar al descubierto.

No importa que esa verdad se muestre con tantos rostros como estrellas de la opinión. Poco importa, porque, entre tanta confusión y desbordada pasión, el líder siempre nos hace sentir que allí está ‘nuestra’ verdad. No hay confusión posible para mí, pues la pasión y la confusión del otro a mí no me alcanza. Mis oídos, mis esquemas mentales, solo están abiertos para un tipo de mensaje, el verdadero. Porque mi verdad no precisa de información contrastada, de sana e inteligente comunicación, sobrada como va de satisfactoria emoción.

Por eso solo prestaré atención a mensajes amables, directos al corazón, que exijan cero grado de comprensión. ¡Cuán felices nos hace esta confortable Sociedad de la Comunicación! ¿Sociedad del conocimiento?, ¿democracia social basada en la disciplina del pensamiento, en el rigor de la reflexión, interacción inteligente y serena con el otro y en las exigencias de la contrastación? ¡Pero, cómo se atreve usted! Eso es cosa de alemanes. Aquí estamos bien como estamos. No hace falta pensar, basta con incrementar la deuda, que ya vendrán después los hijoputas de los recortes que hagan buena nuestra incompetencia. No seamos malos, no busquemos culpables de la situación, no es esa la verdad que interesa. ¿Combatir la impunidad del corrupto?: ¡pero, hombre, para qué nos dio el Señor el don del olvido!

¿Para qué acordarse de aquel señor que rompió la tradición negociadora de los pactos de los Acuerdos Autonómicos dando paso a la bilateralidad Estado-Comunidad Autónoma y pistoletazo de salida a lo que hoy es el Procés? ¿Cómo irritarse con aquel otro brillante negociador que elevó el diálogo ‘plasmático’ y sin propuestas a quientaesencia de la Sociedad de la Comunicación? Seamos amables, recordemos los E-jardines que el primero nos regaló y continuemos riéndonos de los chascarrillos que el segundo nos legó. ¿Vamos a castigar a sus partidos por el tremendo daño que nos han causado? No, ni podemos ni debemos, porque esta es una democracia electoral(ista) y no son ellos los que hoy se presentan a la elección.

¿Y quiénes se presentan hoy? Desde luego, no se presentan los socialistas que desdibujaron al PSOE y al Estado español o que privaron a pueblos como el leonés y el castellano de su derecho al Autogobierno en igualdad con el resto de pueblos de España. Con toda certeza, no se presentan los populares que merced a su actitud dialogante y derroche de propuestas alternativas lograron quintuplicar el número de independentistas en Cataluña o que pervirtieron la propia democracia electoral, acudiendo a las elecciones dopados con dineros provenientes de la corrupción. Hoy, los que se presentan son los que en un tuit nos dicen que España es plurinacional y, a la mañana siguiente, cliquean ‘me gusta’ a la España inmortal; los que retuitean ¡viva la España federal! y wasapean qué bien nos quedó el Mapa autonómico de los Acuerdos de 1981, carentes como entonces de modelo territorial; los que por la mañana nos despiertan con su compromiso con una reforma parcial o total de la Constitución y por la tarde avisan de que lo que lo más aconsejable es cogerle cariño a la actual, ya que, por culpa de los demás, no vamos a poder librarnos de ella, sin que importe su generosidad en zafias incongruencias; excepcionalidades sin fundamento; intolerables exorbitancias que se han pasado por el forro legislación y/o sentencias del Tribunal Constitucional; mutaciones retorcidas; deficiencias e insuficiencias impropias de una Carta Magna seria, que ha favorecido la desconstitucionalización del Estado y se ha mostrado incapaz de contener un desarrollo estatutario que se ha burlado olímpicamente de ella. Sí, se presentan esos mismos políticos de la verdad mediática alérgicos a la palabra y a los textos, acaso debido a su falta de comprensión lectora. Una Constitución a la que sus propios autores han calificado de oscura y técnicamente deficiente, de la que algunos catedráticos de Derecho Constitucional han dicho que tiene normas constitucionales inconstitucionales, que todo su Título VIII es nefasto, puro desastre sin paliativos, o que a partir de su Disposición Adicional Primera un padre de la patria constitucional ha llegado a justificar la autodeterminación y la independencia de los pueblos en ella concernidos, no para los demás, salvo que tengan capacidad para generar un conflicto político. Esa es la asignatura que algunos quieren que estudien nuestros descendientes, confiando en que la aprendan sin entenderla como impone el más insigne de los adoctrinamientos, similar al ‘Estatuto de Autonomía de Castilla y León para escolares’, cuajado de falsas explicaciones para justificar un atropello histórico.

Ciudadano, piénsalo bien: no engordes la democracia electoralista, no des cobijo a la verdad de los emoticonos, ¡échale una mano a la nueva democracia social! Pero ten siempre presente que ella nada tiene que ver con la rancia socialdemocracia de izquierdas o de derechas que acabó con el estado del bienestar. Como antaño la Sociedad de la Información, la actual Sociedad de la Comunicación no te ilustra, te confunde. Confía en la Sociedad de la Educación que te llevará a la Sociedad del Conocimiento, como propone Nueva Democracia.

José Luis Prieto es profesor universitario jubilado, escritor y presidente de Nueva Democracia.

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