A mandar en el campo
BERATÓN, a casi 1.400 metros sobre el nivel del mar, es el pueblo más alto de Soria y el que más al este está de toda Castilla y León. A los pies del Moncayo, superaba los 400 habitantes en la primera década del siglo XX y sufrió la misma evolución que muchos otros hasta alcanzar su mínimo en los años noventa, con 27 habitantes. Ahora, podría ponerse de ejemplo de recuperación de población, pues el año pasado el pueblo contaba con 29 vecinos y 2019 se ha iniciado con un ascenso vertiginoso de los habitantes, tanto que la Oficina del Censo Electoral pensó que hay truco y llamó al alcalde para ver qué ocurría, para conocer cómo era posible pasar en pocos meses de 29 a 43 empadronados.
El alcalde no tenía explicación, pero sí una sospecha relacionada con las próximas elecciones municipales. Los que emigraron pero que mantienen sus casas y ahora, seguramente muchos jubilados, pasan más tiempo en el pueblo, quieren mandar, presentar una candidatura para así decidir ellos el destino del municipio. Los padrones no suelen decir la verdad sobre la población del mundo rural, porque siempre hay muchos más empadronados que los que luego realmente duermen en el lugar. Los motivos para que la gente siga empadronada en su pueblo aunque no viva en él van desde la solidaridad de quien no quiere que se pierdan derechos por el descenso del número de habitantes a los que buscan simplemente un impuesto de circulación más barato.
Pero el aluvión de empadronamientos en Beratón para hacerse con el poder en las urnas es menos frecuente. Ahora que el mundo rural ha ocupado portadas como consecuencia de la manifestación del 31 de marzo en Madrid y que los urbanistas se han mostrado solidarios, salvo algunos tipos como Risto Mejide y otros bocazas sin gracia, el caso de Beratón puede marcar un camino insospechado, que los que viven en las ciudades, que siempre han querido mandar en todas partes, se aprovechen de la mermada población rural para decidir ellos cómo quieren que sea el pueblo al que van a descansar. No sé si será el caso de Beratón, pero hay veraneantes con casa en el lugar que reniegan de pagar impuestos o un mínimo por el agua todo el año cuando disfrutan como mucho de un par de meses el lugar. Es lo que le faltaba al campo, que vuelvan los de las ciudades para mandar y acaben arrinconando a quienes viven el día a día del pueblo.