Diario de Valladolid

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ESTOS DÍAS tiene uno la sensación de que nos están tomando el pelo. De la noche a la mañana, todo quisque anda jaleando la despoblación. Centenares de simposios, congresos, jornadas de reflexión, análisis de situación e informes saturan las agendas. A los partidos políticos de una esquina a otra, empezando por el mismo gobierno de la nación, ahora sí que les preocupa el problema. Y anuncian partidas para destinar a entornos rurales deprimidos. Es alucinante que las ideas que brotan para combatir la desertización repitan lo mismo: Internet, sanidad, escuela, atención a los mayores. Y, por supuesto, ayuda al emprendedor y a los jóvenes. Y, por arte de magia, todos tienen trozos de presupuesto para el combate rural. Lo que tanto preocupa ahora es algo que viene de lejos. Desde los inicios de los noventa, en los que la propia Unión Europea consciente del éxodo rural y de la masificación de las ciudades, puso en marcha los programas de desarrollo rural que, teóricamente, eran perfectos. En buena medida, se llevó a la práctica la teoría. Se destinaron millones de euros para la puesta en valor de los recursos, incentivando iniciativas de pequeñas empresas que cumplieron con el objetivo de dinamizar la economía, fijar población y afrontar pequeños retos en materia de infraestructuras locales, productos culturales, rehabilitaciones, recursos naturales, aulas, museos y centros de interpretación. Todas estas semillas germinaron pero cometimos el error de dejar que muchas se secaran por no regar el tiesto. Si volviésemos a inyectar savia nueva, gestión cultural y sueldos para jóvenes cualificados, con solo potenciar lo que ya se puso en marcha, arreglaríamos una parte del problema. Y no son quimeras. Nuestro entramado natural, monumental, artístico y agroalimentario tiene ya el cimiento echado. Y menos mal que la actividad agroganadera sigue siendo la clave de la reactivación. Propongo, teniendo en cuenta que los que van a los mítines de los partidos son votos seguros, que se desplacen la mayor parte de las citas electorales a los pueblos, a la intemperie y que llenen por un día la España vacía que tanto preocupa a los que viven en las ciudades. El final está cantado, salvo que todos los agentes implicados cierren filas con un pacto de Estado que dé prioridad a medidas que impidan la muerte de los pueblos, que no solo se mueren en Teruel, aquí agonizan por los cuatro puntos cardinales.

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