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ESPEJOS PARA LA BASE / ÓSCAR HERRERO

Un ‘obi’ para sujetar el futuro

Descubrió con cinco años el judo y se enamoró de un deporte que empezó a impartir en Cigales con diez alumnos / Hoy son 400 los jóvenes que practican este arte marcial en el Club La Victoria que él fundó

-J. M. LOSTAU

Publicado por
Guillermo Sanz

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«El judo más que un arte de ataque y defensa, es un estilo de vida». Esta frase quedó grabada en el legado del padre del judo, el maestro Jigoro Kano. A miles de kilómetros de Japón, país de origen de este arte marcial, ha sido un vallisoletano quien ha llevado estas palabras a su máxima expresión. Se trata de Óscar Herrero; una persona capaz de edificar sobre los cimientos de los sueños un club, La Victoria, en el que más de 400 jóvenes judocas pisan un camino de tatami.

Herrero se ha convertido en el obi (cinturón) que sujeta la cantera del judo en Valladolid. Sin embargo, hubo un tiempo en el que el maestro fue aprendiz. Como niño, pisó por primera vez un tatami con cinco años en el gimnasio Espartaco de los Vadillos. Sus padres vieron en este arte marcial una vía para canalizar el superávit de energía que tenía Óscar... y no se equivocaron. «Es verdad que el componente lúdico hacía que me divirtiera. Además, el papel de los compañeros y los profesores hacen que siga haciendo judo. Tenía algo especial», confiesa.

Las pesas quitaron espacio al tatami en el Espartaco y con 13 años tiene que coger dirección a Parquesol para continuar vistiendo el judogui. Allí a la orden de dos históricos como Enrique Ortega y Julio Cereijo abre una ventana a un nuevo judo, el de competición. «Allí me empiezo a preparar para autonómicos de cara a prepararme para los campeonatos de España. Me lo empiezo a tomar en serio, porque veo que me gusta la competición», reconoce. Ganador autonómico en todas la categorías y, en seis ocasiones, luchador en los Campeonatos de España, Óscar Herrero tiene tres picas especiales clavadas en su medallero: el bronce autonómico conseguido con 16 años en categoría sénior, el subcampeonato en el Torneo Internacional Ciudad de Salamanca (donde venció a siete rivales y cayó en la final contra un francés) y el bronce en la fase sector nacional de Galica en sub 19.

A pesar de las medallas y los trofeos, el mejor ippon de Óscar Herrero no se ha celebrado vestido con el judogui, sino con el mono de trabajo. El que se puso con 24 años, cuando dejó la competición para centrarse en sus estudios y en su rol de entrenador. Lo hizo en Cigales, sustituyendo a un compañero.

Pronto descubrió en ese giro de los acontecimientos una vocación. «Desde la segunda clase veo que se me da bien, que me gusta, que tengo ilusión... todo eso hace que en un mes se duplicara el número de alumnos», recuerda. Cuando brindó por última vez con la cantera de Cigales para centrarse en su nuevo proyecto, dejó un ejército de 70 judocas en la localidad vinícola.

Óscar Herrero decidió llevar a las tres dimensiones el sueño de crear su propio club. Lo hizo en La Victoria. El destino quiso guiñar un ojo al judoca con la propuesta del Miguel Delibes de dar allí clases de judo. Corría el año 2003 y a esa primera piedra la siguieron otras hasta conseguir que 16 años después la criatura a la que dio vida se convirtiera en un titán capaz de arropar con sus brazos a 400 jóvenes judocas; una estampa difícil de pintar años antes, ni con la ayuda de todas las musas. «Yo lo primero que me planteé es que cualquiera que quiera hacer judo pueda hacer judo, tenga o no condiciones físicas.

Cualquiera puede hacer judo... ¿Por qué no abrirlo a todo el mundo?. Ha sido algo que se ha salido de lo esperado. Yo diseño un proyecto que entiendo como novedoso y eso me hace sentir satisfecho», confiesa el presidente de un club que aúna también junto al tatami el tapiz de la gimnasia rítmica o el parqué del baloncesto y el balonmano hasta acercar el deporte a casi 3.000 jóvenes vallisoletanos.

El judo, como el respirar, se ha convertido casi en un reflejo involuntario para Óscar Herrero, que ha tocado todos los palos de la baraja judoca. Competidor (luce el 4º DAN y buscará este año el 5º), maestros... y árbitro. «Empecé en campeonatos de niños. Cuando lo hago veo que tengo la misma sensación de tensión de cuando competía y eso me gustó», recuerda. Así empezó a moverse a toda velocidad por el arbitraje, dirigiendo al poco tiempo semifinales de Nacionales sub 23. Sin embargo, la falta de tiempo cortó su evolución. El club reclamaba horas y Herrero estaba dispuesto a dárselas, aunque fuera sacrificando el arbitraje, al que relegó en un segundo plano hasta la Copa Nacional en Salamanca el año pasado. El comisionado le otorgó una nota de 7,8 (los candidatos a internacionales tienen 8) a pesar de la falta de rodaje, algo que los comisarios premiaron con el arbitraje de los bronces en el último campeonato de España de base. «No me lo esperaba. Yo pensaba dejar de arbitrar del todo, pero el equipo del club me animó a arbitrar un poco más», concluye.