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EN EL momento de escribir estas líneas escucho acongojado el dolor de paisanos míos. Pero en el mismo momento en que se están leyendo, siguen llorando por la tierra poblaciones enteras. Desde aquí mi respeto y admiración por todos los miembros de las dotaciones contraincendios. Cuando esta pesadilla acabe, deberíamos manifestarnos a su lado en contra de todas las negligencias y causas que han permitido este holocausto natural en nuestra región. Y no puede ser que, como siempre sucede, apagado el incendio y enjuagadas las lágrimas, a esperar las lluvias del otoño y a pasar página. No aplaudo a los que instrumentalizan políticamente el fuego. Y todos sabemos qué políticos y quiénes de ellos se están ahumando estos días y lloran con los paisanos al lado de sus corporaciones y concejos. Lo más duro es que el del mechero tiene nombres y apellidos. Castigo ejemplar y búsqueda hasta dar con ellos. Y que revivan nuevas iniciativas para apagar incendios en invierno. Pero algo habrá que hacer: las medidas no bastan. Ni la concienciación social tampoco.

Con este lobo no se puede: es un dragón que ataca y avisa al mismo tiempo, pero es rápido y alocado. Muerde a diestro y siniestro, salta del valle a la ladera y no descansa hasta que calca los efectos de una bomba atómica. Con la diferencia de que, rara vez, quema a los habitantes, aunque les haga salir en pijama, corriendo de sus casas y sus pueblos. Este dragón de fuego es tan despiadado que silba y chasquea entre la niebla caliente. Es un bicho demenciado que se alimenta del viento, fuelle maldito y aventador de cenizas que mata la flor y el fruto, al ratón y a la culebra, y deja sin huerto y casa a muchos paisanos míos.

Los incendios son dañinos e implacables. Pero, en esta región, son plagas malditas que borran el paisaje y echan abajo décadas de normativas medioambientales que nos permiten proteger paraísos naturales y los últimos oasis de la naturaleza. Más de 90 incendios a la semana y miles de hectáreas devastadas. El próximo año, cuando suenen las alarmas en el termómetro, los del común deberíamos hacer retenes de guardia por los bosques en todos los sitios sensibles, y sumarnos a las dotaciones de profesionales, que son muy necesarias. Pero algo habrá que hacer porque, en plena despoblación, entre nublos e incendios, se nos apagan los últimos candiles que dan luz al medio rural.