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MUCHAS VECES el traer al presente oficios, saberes o costumbres desaparecidas se convierte en poco más que en un ejercicio nostálgico. Por eso es tan importante, en un momento como el actual, mirar al pasado inmediato, no con tristeza y lamentaciones respecto a lo que fue o está desapareciendo, sino con una lucidez no exenta de esperanza.

Pues no todo nos servirá, como no todo debe ni puede conservarse, pero –en no pocos casos- esas reliquias que los folklorismos suelen encerrar en sus vitrinas para luego tirar la llave, apuntan a modelos de aprovechamiento del entorno que funcionaban bien; modelos que habrían resultado –como se dice hoy- «sostenibles» si se les hubiera dejado perpetuarse y que con frecuencia se desecharon por motivos oscuros, nunca bien explicados ni justificables.

Por eso mismo no se trata tanto de abogar meramente por las tradiciones del ayer como cosa decorativa o pintoresca, válidas sólo ya para empaquetarse y venderse cual productos singulares en el mercado global, sino de reflexionar sobre las formas casi siempre perversas en que determinadas concepciones de «tradición” y progreso» se retroalimentan, dejando fuera del diseño de un mundo futuro otros modelos y caminos posibles. ¿Por qué y en razón de qué supuestos sobran actividades, oficios, saberes o pueblos enteros en el mapa que se está construyendo para el mañana? Esa es la pregunta relevante.

Un día se nos dice que, en un periodo corto de tiempo, muchos pueblos tendrán que desaparecer o que la mitad de los empleos que hoy dan de comer a la gente han de dejar de existir por la revolución tecnológica. O que paisajes y pueblos deben convertirse en reservas visitables por el turismo si no en escenarios de lo típico donde no cabe la gente real.

En la Tierra de Pinares donde vivo el aprovechamiento del monte, y muy especialmente la explotación de la resina, generaba -hasta no hace tanto- conocimientos, oficios e incluso un lenguaje y cultura específicos, además de una red de relaciones entre pueblos de distintas provincias que a menudo se traducían en empleos. Otro día contaré la abrupta manera en que todo aquello acabó.