Cuando las instituciones fallan y una niña muere asesinada
LA PEQUEÑA SARA es una víctima por partida doble. Un caso terrible que desentraña la repugnancia de un hombre convertido en una bestia y destapa los renglones torcidos del sistema que debe combatir la lacra de la violencia de género y la protección de los menores, pero que en esta caso falló estrepitosamente. A Sara la dejaron desamparada las instituciones que deberían haberla protegido de su verdugo. La dejaron desamparada y al servicio de su asesino cuando hace doce días tras ingresar con un parte de lesiones en el hospital no adoptaron la automática retirada de custodia. No sólo el parte de lesiones, sino el aspecto que presentaba la pequeña como ha confesado en privado la técnico que vio a la niña tras salir del hospital. ¿Negligencia, desidia, incompetencia? Esos son los ingredientes que permitieron a la bestia matar a la pequeña. Porque fue el miércoles. Pero podía haber sido otro día. Era un caso más que evidente para cualquiera con sentido común menos para quien no tomó la decisión de retirar la custodia. Y a ese responsable hay que señalarlo y exigirle responsabilidades. Eso es lo primero que tiene que hacer la Consejería de Familia de la Junta y no instalarse en un intento de que reine la Ley del Silencio que las instituciones -menos ella- pretendieron establecer en la tarde del miércoles cuando los medios conocieron el luctuoso suceso. Ampararse en el secreto judicial y la investigación para ocultar lo que ocurrido sólo les autoinculpa y proporciona descrédito a quienes lo practiquen. El miércoles, cuando la vida de Sara se había perdido, sí tomaron la inmediata decisión de retirar la custodia a su madre de la hermana de la fallecida, de 12 años. Eso es lo que tenían que haber hecho con la niña hace doce días y hoy Sara seguiría con vida. Y su verdugo entre rejas. ¿Por qué no lo hicieron?Que lo expliquen. Pero que cuenten la verdad y no el intento de mentiras y silencios que se ha pretendido aplicar al caso por mero corporativismo interinstitucional y político. Repugante.
El caso de Sara no puede ocurrir más. Que sirva su muerte para que no ocurra más. Para que se perfeccionen los mecanismos que impidan dejar al amparo de su verdugo a una niña. Si algo así no puede pasar con una mujer, mucho menos con una pequeña que es pura indefensión. Que se perfeccionen porque se han mostrado escandalosamente imperfectos por mucho que la Consejería de Familia se muestre en muchas ocasiones complaciente con su funcionamiento.
Y también sería necesaria una investigación que determine la responsabilidad de quien no cumplió su trabajo para proteger a Sara. Responsabilidades que deben formar parte de la instrucción judicial y que también deben analizarse en el seno de estas instituciones -Policía, Junta de Castilla y León y Fiscalía- con una actuación más diligente podrían haber evitado en fatal desenlance.
Investigación que deben ir también al ámbito interno de cada administración Si no lo hacen, no habrán aprendido nada, porque uno de los problemas de esta lacra es que las instituciones y organismos que se ocupan de la violencia de género son incapaces de asumir la crítica que procede de la sensatez para no asumir que no funcionan tan bien como pregonan con sus estadísticas. La muerte de Sara ha desnudado sus estadísticas y su complacencia. También contradice esas supuestas agilidades de las que presumen cada vez que salta un caso de violencia de género o de maltrato.
Si no investigan internamente todos los procedimientos, protocolos y actuaciones de cada una de las entidades implicadas, no se podría corregir las consecuencias de una aparente desidia en un caso tan sangrante. Es la sociedad la que pide celeridad y exige claridad a las instituciones.Y de esto hubo poco desde que saltó el pasado jueves. La Consejería de Familia sí exhibió una transparencia de la que carecieron el resto de instituciones, pro más que internamente deba analizarse por qué Sara tuvo que morir de una paliza cuando había un antecedente de malos tratos claro y documentado y no se tomaron decisiones como la adoptada con su hermana de doce años el día en que la menor perdió la vida.