Apagón nuclear
Durante décadas, nuestro territorio ha contribuido a la producción energética nacional con la mayor extensión de valles anegados por embalses, montañas rotas por la minería del carbón y también por ser el único con presencia de todas las fases de la producción nuclear. Desde las minas de uranio salmantinas a la central nuclear de Garoña en el Ebro, pasando por la fábrica de combustible nuclear de Juzbado, que alimenta centrales de España, Alemania y Rusia. En realidad, sólo nos faltó el cementerio de residuos nucleares, que postuló en su campaña electoral de 1987 el candidato socialista Laborda para Aldeadávila de la Ribera, en los Arribes salmantinos. No se sabe si por servil sometimiento al gobierno de entonces o por su anhelo de completar en casa el ciclo nuclear.
En todo caso, ahora que el cumplidor ministro Nadal ha decidido llevar la contraria a su presidente, que dijo muy alto y claro que Garoña no se iba a cerrar con su gobierno, conviene reflexionar sobre la coherencia de esta medida, que sucede a unos cuantos meses de laborioso y costosísimo trabajo del Consejo de Seguridad Nuclear, cuyo dictamen consideró viable sin riesgos el funcionamiento de la central en un horizonte temporal que haría rentable la inversión precisa para su mantenimiento. ¿Qué ha ocurrido entonces que pueda explicar tan súbito cambio de criterio? En realidad, lo que ha cambiado el paso nuclear del gobierno no tiene nada que ver con la seguridad, sino con el chalaneo presupuestario.
Al final, se ha impuesto la exigencia peneuvista de cerrar la nuclear de Garoña, cercana a su territorio, como en los ochenta ocurrió con Lemóniz, antes de que echara a andar. Ni siquiera se esboza, como compensación, un plan económico para el burgalés Valle de Tobalina, similar o corregido a aquel que anunció en vano el entonces vicepresidente político de Zapatero Manuel Chaves. Tampoco ceja el gobierno de Rajoy en su empeño de facilitar a la australiana Berkeley, apadrinada por Cañete, los destrozos de encinas centenarias en Villavieja de Yeltes. Esa es una interlocución de otro rango.