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ESTAR en la encrucijada es lo que tiene: sacuden todos los vientos, vengan de donde vengan y soplen como soplen. Así que una vez que la Confederación del Duero empieza a darse por enterada de la asfixiante sequía que amenaza las cosechas, con un abril ya promediado, dos noticias golpean nuestra conciencia de tributarios de aguas. Mientras los confederados del Duero aportan agua de Riaño para aliviar la sequía del bajo Carrión, nos perturba el masivo goteo de Pajares como una tortura malaya.

Porque esos pinchazos malogran más de doce de millones de litros de agua diarios. Y no es un recurso fácil acordarse de de Pajares cuando aprieta la sequía. Porque esa sangría lleva años derramándose sin que los del Duero se dieran por enterados hasta octubre de 2016. Y desde entonces se lo están pensando, a ver si solo riñen o sancionan con la debida severidad a sus primos del Adif.

Como las desgracias nunca llegan solas, sino en tumultuosa avenida, ha querido la fortuna golpear este abril soleado con la detención del esquivo perillán Ignacio González, por sus fechorías con las cuentas del Canal de Isabel II. Aquel ingenio decimonónico para abastecer de agua a Madrid fue posible por la financiación de Alonso Cordero, el maragato de Santiago Millas, que puso en marcha la primera siderurgia de España en Sabero. De aquellos altos hornos salieron las tuberías para conducir el agua desde la sierra madrileña a la capital.

Como ocurrió en Pajares, donde los túneles se perforaron sin ningún estudio geológico de la montaña, al Canal de Isabel II llegaron los perillanes. Por ese afán estúpido de sentirse importante haciendo travesías lejanas, el pillastre González incurrió en compras extravagantes con cargo a la empresa pública del canal. Y después de años en el filo de las sospechas, acaba de ser detenido. Proceder radicalmente distinto al de nuestro paisano Cordero, quien siendo presidente de la Diputación de Madrid, al declararse una epidemia de cólera en la capital, permaneció en su puesto, sin poner tierra por medio con sus administrados. Murió en 1865, afectado por la epidemia, y su muerte conllevó el cierre de los altos hornos de Sabero.

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