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Redacción de Valladolid

El pecado y la piedra

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AUNQUE el travestismo político cada vez sorprenda menos, conviene no perder de vista una cierta ponderación a la hora de evaluar las contradicciones y la mayor o menos distancia entre los discursos y las prácticas.

El republicano catalán de izquierdas, Gabriel Rufián, dijo el sábado pasado en la investidura de Rajoy verdades como puños; verdades similares a las que vienen manifestando en público y en privado afiliados y dirigentes socialistas del «no es no». Pero su discurso bronco para cuestionar que el PSOE entregaba gratis el Gobierno a Rajoy contrastaba con su complicidad con la práctica de su partido de apoyo a una derecha nacionalista corrupta y antisocial en Cataluña.

El pelotazo especulativo del senador podemita Ramón Espinar con un piso de protección pública cuando era joven y el aval actual de Iglesias son incompatibles con unos loables discursos contra la corrupción urbanística y la regeneración.

De la misma forma que el nuevo discurso fresco del Pedro Sánchez de Salvados poco tiene que ver con la práctica de ese secretario general del PSOE que penalizaba a Podemos y nunca se atrevió a tejer una estrategia rigurosa para liderar un gobierno de izquierdas. O la del castellano y leonés Tudanca, casi siempre despreciando lo que se movía a su izquierda, como bien dice Pablo Fernández.

Sirva el gesto (¿amargo?) del portavoz socialista Antonio Hernando al felicitar a Rajoy terminado el pleno para evidenciar, al más alto nivel, cómo se puede defender con vehemencia el rechazo a un gobierno corrupto que ha recortado derechos y empobrecido a los débiles, y unos días después hacer todo lo contrario.

Seguramente las lupas más poderosas estarán trabajando a destajo para debilitar a quienes más han cuestionado las prácticas corruptas o una salida de la crisis que crea más miseria por abajo y más riqueza por arriba. Que el listón de la ética se ponga cada vez más alto es positivo. No sé por qué me viene ahora a la mente esa frase de Jesucristo a los fariseos cuando querían matar a pedradas a la «adúltera» María Magdalena y supuestamente les dijo: «Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra». Quizás convenga poner medida a las cosas, ajustar el peso de cada piedra al pecado, adecuar mejor la práctica y el discurso, y sobre todo evitar la confusión que muchos poderosos pretenden crear cuando ven amenazados sus privilegios.

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