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Una semana después del inesperado agrupamiento de las derechas jacobinas y vernáculas para elegir el elenco parlamentario de Ana Pastor, de nuevo vuelve la inquietud al electorado, mientras la peña de los directamente concernidos tramita con cachaza, buen sustento y notable galbana el momento culminante de la ronda ante Felipe VI, a quien corresponde calibrar ambiciones para proponer candidato a la investidura de esta duodécima legislatura. Llegados a este punto, después de un segundo paso por las urnas, todo está más confuso que hace una semana, cuando la sorpresa del interés común agrupó a quienes parecían incompatibles. De hecho, los nacionalistas que entonces votaron contra sus predicaciones, después de un rato de renuncios y callado disimulo, juraron no volver a mezclarse, una vez pillado el botín económico y de representación que buscaban, mientras los principiantes de Ciudadanos invitaban al rey Felipe a borbonear un tanto así, hasta convencer a los socialistas de abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy.

Nada se sabe de las gestiones del sedente Rajoy en este rato, excepto que encargó a sus vicarios Soraya y Montoro reunirse y dar contento al enviado de la quebrada Generalitat catalana, el republicano Oriol Junqueras. Así se hizo, mezclando el atolondrado arrebato del auxilio con el aliento de nuevos pasos hacia la desconexión unilateral. Pero todas estas muecas están ya revenidas por el calor e inexpresivas, después de una semana de aguante y exposición. Como el arreo de los Solanitas, media docena de ministros de Felipe González y Zapatero que urgieron un beneplácito a la candidatura de Rajoy para evitar las asechanzas de otro medio año sin gobierno. Ninguno de ellos puede equipararse al tarugo Corcuera, pero hacen alarde de unas ínfulas que tampoco les corresponden ya. De Almunia a Molina, pasando por Cabrera, de la Quadra y Maravall. Cada cual con sus resabios.

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