Arqueología estival
OTROS años estrenábamos el verano alentados por la expectativa de un ascenso futbolístico y aquella inquietud instalaba en el pebetero los viejos litigios gentilicios entre el ilustrado pinciano y el pucelano de la gallofa. A menudo, los anhelos balompédicos del incipiente verano acaban en decepción, aunque este año ni siquiera hay partidos. Porque la curva final del Valladolid fue hacia el desahucio, de manera que cualquier mudanza hubiera sido para descender. Lo que no cambia es el brío arqueológico, que concentra sus afanes en el hospitalario yacimiento de Pintia, junto al Duero. La arqueología es para el verano y en Valladolid sus actividades se concentran en el hospitalario yacimiento de Pintia, que abre la temporada con estudiantes extranjeros.
Antes de la conquista romana, la ribera del Duero estuvo colonizada por el pueblo vacceo, que vivió entre los siglos IV y I a. C. una época de tranquilidad social y de prosperidad económica. De ese esplendor es expresivo el asentamiento de Pintia, que estuvo protegido por una sólida muralla. La ciudad resurgió con urbanismo romano y se mantuvo pujante hasta el siglo cuarto. Desde entonces y hasta el siglo séptimo se produce el declive de Pintia, cuyo caserío sobrante sería utilizado en esta época altomedieval como cementerio visigodo. El yacimiento de Pintia se distribuye en varios núcleos: el poblado de Las Quintanas, la necrópolis de las Ruedas y el barrio artesanal de Carralaceña.
El núcleo urbano de Las Quintanas se protegió con murallas reforzadas con fosos y estuvo habitado a lo largo de más de mil años. Los primeros hallazgos, en la segunda mitad del diecinueve, se debieron a la explotación de los huesos del yacimiento para elaborar abonos agrícolas. El cementerio de las Ruedas se encuentra a medio kilómetro del recinto amurallado de Las Quintanas y se mantuvo en uso hasta el siglo primero de nuestra era, con tumbas de incineración, en las que se guardaba junto a la urna un ajuar que revela el rango social de cada difunto. El barrio artesanal de Carralaceña se situó al otro lado del Duero, para evitar los incendios del poblado.