Paraísos perdidos

GASPAS MOISES Gómez ha padecido la desatención que acecha a los discretos con talento. Porque su pasión poética no es fruto de un día ni empalagoso recreo de jubilado. Una docena de libros publicados y medio centenar todavía inéditos resumen su trayectoria.

Abulense de Serranillos (1927), recaló en León a fines de los cincuenta, después de tentar las manufacturas en San Esteban del Valle. Por entonces, se acercaba cada verano con sus cómplices de la palabra hasta Piedrahíta, donde adecentaban la tumba solitaria y olvidada de Somoza, el hereje de Azorín. También Juan Ramón se confesó «clavado sobre el maravilloso Somoza, que admiro cada vez más». Hoy apenas Jiménez Lozano sabe ya quién fue.

En León combinó durante años el trámite de los juzgados y el contacto con la gente en su tienda de artesanía de la plaza del Mercado. A finales de los sesenta obtuvo algunos premios y publicó sus primeros libros. Pero también tuvo un tropiezo que le avisó cuál era el paño. Fue en un lugar de Campos, donde el codicioso López Anglada se llevó el botín con unos sonetos a lo tonto. Sus versos de los primeros libros ya establecen la pauta de su poesía, en la que permanecen los asuntos y se extrema la pulcritud de su dicción. Toda su obra la recorre un lirismo intenso, que desvela perplejidades y medita sobre lo esencial del ser humano. Edén perdido y otros síntomas es su entrega más reciente.

El amor en todas sus vertientes constituye uno de los ejes de su poesía: familiar y pasional, espiritual y carnal, táctil y emocional. Y el acecho de la muerte, que a veces se anuncia mediante presentimientos, como animal de fondo de todas las pasiones, incluido el amor. En ese universo de tensiones, aparece el hombre, como rompeolas de vivencias a menudo discordantes. Un ser acuciado por los deterioros y quebrado en sus anhelos por la implacable amenaza de la muerte. Ningún poeta demanda con tanta fuerza el tamiz de una antología que ordene y depure la secuencia de sus libros publicados e inéditos.