Vergüenza pública

Nada me parece más vilmente fácil que –como reza el dicho popular-– «hacer leña del árbol caído». Sobre todo, cuando algunas imágenes recientes de abucheos e insultos a algunos imputados o a quienes quizá terminen siéndolo recuerdan los peores momentos de nuestro pasado cainita. Y, lo que es peor, avivan –cual si no hubieran desaparecido nunca– aquellos modelos de una justicia medieval que incluía la vergüenza pública como elemento fundamental del castigo. Se comprende la rabia. El desahogo. Puede incluso llegar a entenderse el odio, como reacción ante los abusos de poder. Pero es triste comprobar que las mismas hogueras de la cólera colectiva siguen ardiendo: que cierto ramalazo inquisitorial no se ha ido aún por completo de entre nosotros.

Dicho esto, puede sorprender también que apenas se haya relacionado en medios regionales y locales la «caída de Rato» con sus estelares presencias por estas tierras. Porque hay hemerotecas... y videos. No cuesta rememorar, pues, el entusiasmo que despertaba entre muchos importantes dirigentes de su partido en Castilla y León ( y no sólo por «obligación debida»); cómo, ya habiendo dejado el gobierno de la nación, era jaleado por los más fervientes fans cuando se paseaba por aquí cualquier fin de semana en campaña electoral u otros actos de su grupo político. Todo el mundo ha enmudecido. Nadie recuerda nada.

Sin embargo, la reflexión a que deberían llevarnos los sucesos ocurridos últimamente es algo más profunda y –si se quiere– más «universal». ¿O no resulta acaso llamativo que dos directores-gerentes del Fondo Monetario Internacional hayan tenido que ser tratados como malhechores y la actual dirigente se encuentre hace tiempo bajo investigación y sospecha?

No es un puesto cualquiera. Desempeñarlo supone ejercer una gran influencia sobre el modelo de mundo en que vivimos. ¿Que sus grandes «santones» terminen así no nos estará indicando que el capitalismo no constituye ese sistema tan benéfico para todos e inevitable para el progreso .