Diario de Valladolid

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SI UNO repasa el panel de resultados en Castilla y León de las ocho convocatorias autonómicas celebradas desde aquel lejano 1983, encuentra bastantes claves para descifrar el prolongado declive que padece el actual partido de la oposición. Una pendiente en la que han cooperado elementos diversos y que provocó durante décadas un paisaje político encallado y de acusada simetría. Hasta esta primavera, en que el horizonte de las opciones se despeja, ofreciendo al elector una expectativa en abanico. Es decir, con diversas y variadas formaciones capaces de optar con fundamento al reparto de escaños en las Cortes, que llevan años copadas por populares y socialistas.

Con el desahogo de 1987, cuando pareció que el Centro Democrático y Social podía ser algo más que un capricho efímero de Adolfo Suárez. Entonces la tercera fuerza alcanzó dieciocho procuradores. Así que esta coyuntura se ofrece que ni pintada para mirar atrás y revisar fracasos antes de que llegue el momento de volver a votar. Recordemos que el PSOE ganó la primera convocatoria, empató la segunda con una sangría de diez procuradores y ciento veinte mil votos de una tacada y perdió con descalabros crecientes todas las demás, hasta sumar seis revolcones seguidos. La primera conclusión que arroja esa secuencia de datos es de una rotundidad palmaria: el PSOE lleva treinta y dos años sin ganar unas elecciones autonómicas en Castilla y León.

Y además, durante dos tercios de esos seis lustros, cargando con el sambenito de un discurso que imputaba todas las carencias y atrasos de la Comunidad al desdén jacobino de un gobierno central socialista tan rácano con nuestras necesidades como complaciente con los caprichos periféricos. Los anticipos demoscópicos nos dicen que tampoco ahora se va a producir el relevo, aunque el hemiciclo ya no ofrecerá una distribución de escaños tan asimétrica entre el gobierno popular y la plural oposición. Por eso es importante conseguir que los opositores de guardia ya no sean tan fugaces.

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