Todas las víctimas

Quizá porque hace relativamente poco que que se cumplió un aniversario más -siempre triste- de aquella terrible tragedia que fueron los atentados del 11M; quizá porque tan sólo unos días atrás escuché de labios de un amigo pintor una no menos estremecedora historia a propósito de la continuidad de la guerra civil y sus enconos hasta el tiempo presente; quizá porque he oído un par de intervenciones por la tele que apuntaban a un posible y grave problema en la memoria colectiva de los españoles y en nuestra propia mentalidad en cuanto a gentes que no nos sabemos aceptar ni querer como somos en cuanto país...

Puede que, por todo ello junto, me acordé de una frase que ya casi había olvidado. Una sentencia que leí por primera vez entre los testimonios escritos de personas ancianas que habían sufrido la violencia de aquel conflicto en uno de los pueblos de la provincia vallisoletana donde se asesinó con indecible atrocidad: «Podemos perdonar pero olvidar nunca». Y el caso es que he dado en pensar que, en efecto, hay en nuestra realidad actual un asunto pendiente, una cuenta no saldada, una brecha mental que cerrar, una cuestión por resolver todavía. Y no se trata de de ese topicazo o autoflagelante estereotipo al que suelen recurrir quienes van de sabelotodo de las esencias patrias: «somos así, siempre lo hemos sido, ya éramos unos pícaros y unos sinvergüenzas sin remedio en épocas imperiales y hemos continuado inmutables por los siglos de los siglos».No nos dejemos embaucar por semejantes patrañas que implican una bobalicona aceptación de la decimonónica creencia en los caracteres nacionales.

El problema viene de mucho más cerca. La insalubre vida ciudadana de los españoles tiene más que ver con las heridas no curadas, con la imposibilidad de olvidar aunque se perdone. En definitiva, lo que con una terminología que detesto, pero que creo puede servir para entendernos, se podría resumir en una inadecuada, torpe e insuficiente ‘gestión de las víctimas’. De todas las víctimas.