Diario de Valladolid

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Ahora que todos los partidos y políticos de cierto relieve se apuntan al carro de limitar mandatos o legislaturas (que no son lo mismo), habrá que afrontar lo que supone poner coto al tiempo, y si éste, por sí mismo, es un factor de ineludible control y amputación.

Además, no es baladí, al relance, reflexionar sobre si existen ámbitos o aspectos sobre los que las limitaciones deberían existir y, si ya existen, ser más estrictas.

Es cierto que después de más de 20 años en el poder, el político ya no sabe si los empleados públicos de su entorno son más de su familia que de una Relación de Puestos de Trabajo, porque el roce hace el cariño, pero prefiero un gestor de la cosa pública que supere los 8 años en su puesto si lo está haciendo bien, que un patán en su estreno como autoridad electa, o una renovación impuesta por el factor temporal.

Limitemos. Los desmanes, los descuadres presupuestarios impulsados por gastos innecesarios y desproporcionados...

Limitemos el lenguaje. Y la educación. Y el saber estar. Por ejemplo, lo que ha dicho días atrás José Fernández, senador por Zamora. Que si el paredón, que si dos tiros... Ese hombre tiene dos posibilidades: o no olvidarse del tratamiento, si es cosa de la senectud, o dejar el cargo con urgencia, ante la desfachatez y barbaridad pronunciada.

Limitemos la falta de capacidad y de esfuerzo. Limitemos los incumplimientos, los que se producen ya en origen y aquellos que acaban ocurriendo de modo sobrevenido por improvisación y negligencia.

Hay que limitar lo menos posible, pues prohibir es una actitud que si se generaliza y extiende es, sin duda, fruto del miedo, la ineptitud y la cobardía. Un complejo, nada deportivo.

Pero ahí donde haya que limitar será mejor fijarse en factores que por sí mismos son perjudiciales, nocivos, que en los que son, sí, pero sólo en potencia, tentaciones de abuso y comodidad.

Cada voto o abstención es un límite.

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