Diario de Valladolid

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Lo peor que puede pasarle a un servidor público en días de turbulencia es centrarse en los deberes y distraer las ambiciones. Acaba de ocurrir en Palencia con la muerte del presidente de su Diputación, José María Hernández, ocupado en conocer y aliviar las penalidades de sus vecinos aislados por la nieve. Extremó tanto su desvelo, que fue descuidando los síntomas febriles de un proceso que se complicó hasta acabar con su vida, el domingo a mediodía. Conviene no olvidar ahora, aunque raspe su recuerdo, que la autovía de la Meseta, que enlaza Palencia con Santander sin dificultades apreciables, permaneció bloqueada por la nieve días y días, a causa de la impericia negligente del parque ministerial encargado de su limpieza.

Hubo un momento en que el embolsamiento de vehículos en Aguilar de Campoo empezó a quebrar el ánimo de las autoridades locales y provinciales. En cambio, la nevada dio mucho juego a los urbanitas, engatusados con el asombro del perroso de Prioro y estremecidos con la charcutería de los animales abatidos por el hambre. Pero la tensión de sus vigilias se llevó por delante la vida del presidente de la Diputación de Palencia. El viernes acudió al médico, el sábado ingresó en el hospital y a mediodía del domingo falleció. Tenía 55 años y un compromiso con la gente de los pueblos sin resguardo ni dobleces.

El fin de semana de San Valentín alentó las excursiones oficiales a Roma, donde hacían cardenal al arzobispo de Valladolid. En la comitiva no faltó nadie. Volvieron para el lunes, acuciados por el reclamo del Consejo Político de Rajoy. Mientras el presidente de la Diputación de Palencia recibía el homenaje de miles de paisanos, que pasaron por su velatorio y arroparon con afecto el traslado a la catedral, donde se celebraron las exequias. En cambio, la ausencia infundada de dirigentes nacionales de su partido y del gobierno resultó estruendosa y ofensiva. Hay deudas que no se pagan con un tuit, ni con palabrería de Floriano, ni con Lucas de mensajero.

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