Llegar al despacho

Descanso en el estudio de una demanda de preferentes (ya van quedando pocas…) y, tras la lectura del periódico, me sumerjo en la reflexión sobre la confección de las listas electorales. Esas carreras de fondo en las que, en la línea de salida, todos sacan los codos para lograr una posición de cierto privilegio en la recta final antes del último y agónico acelerón de la meta.

Listas para las grandes elecciones, nacionales y autonómicas, y para las municipales, con pequeñas localidades en el que la suma de nombres de los listados equivale, casi, al padrón municipal.

Claro que lo primero, a veces, será lo de afiliarse a un partido. Que debe ser como hacerse socio de un equipo de fútbol, a sabiendas de que en cuanto se pierdan algunos enfrentamientos seguidos echaran al entrenador… salvo que sea el jefe de la directiva del club, claro, que es lo que suele pasar en política, aunque no siempre preside una institución el mandamás del partido en su propio ámbito de poder.

Los hay independientes de origen, aunque se agreguen a una lista de partido, e independientes derivados, por aquello de que alguien les frustró sus expectativas de crecimiento en cargos.

Los jefes territoriales visitan, por sí, o por mediador autorizado y homologado, a las huestes locales. Según estén o no organizados, o más o menos, desde la torre de control podrán colocar los alfiles en el orden preferido por la oficialidad. 

Admiro, en las personas que ejercen su cargo con rectitud, a los políticos de pueblo, de su pueblo. Al que no le puede tanto la impostura de las ideologías (que son a la política lo que la publicidad al consumo) como el bienestar de sus convecinos. El orgullo de una convivencia mejor, de la dignidad reconocida a los mayores, del futuro de los más jóvenes…

Detesto al político profesionalizado y entumecido que contesta a su colega de partido, alcalde de un pueblecito, a través de la secretaria de la secretaria de no sé qué gabinete… Es tan fácil llegar al despacho en coche oficial.