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PROLIFERAN EN Internet los ejemplos de vídeos supuestamente divertidos que tienen a animales por protagonistas: especialmente a perros, ya que los gatos suelen tener “peores pulgas” y prestarse menos a entrar en el juego de las “gracietas” -casi siempre con ellos como objeto risible- que les proponen a modo de trampa sus amos. Baste recordar ese video, que tenía el dudoso honor de ser el más visto en youtube, donde un diminuto can había sido transformado en araña monstruosa para cahondeo general de internautas desocupados.

Pero ya se sabe, los inventos tecnológicos no son de por sí ni buenos ni malos, sino todo lo contrario. O, mejor dicho, pueden ser ambas cosas. Y, así, en la misma red de redes, también en youtube, pueden encontrarse otras grabaciones de perros y niños en que los primeros muestran una «humana ternura» hacia esas criaturas a las que consideran sus propios cachorros. Resulta conmovedor ver que un «animal» y una «persona en ciernes», cuando aún no se ha cargado de prejuicios culturales, educativos y religiosos de todo tipo, llegan a comunicarse e interactuar de forma tan perfecta.

Por estas tierras castellanas y leonesas, seguramente haya más gentes que se solazan con el escarnio de los animales, como ocurre en el primer caso, que quienes se enternezcan observando los vídeos tan aleccionadores del segundo tipo. No sé qué papel juega en ello la influencia de una concepción religiosa del mundo que se afana, desde hace siglos, en separar radicalmente alma y cuerpo, hombre y bestia, persona y animal. Como la imposición de esta manera de entender lo humano lleva tanto tiempo ejerciéndose en buena parte de nuestro entorno se diría que no hay ni ha habido nunca otra forma de ver las cosas.

Sin embargo, no tenemos más que comparar ese comportamiento obsequioso de algunos animales con una cría humana y el maltrato que ciertos humanos llegan a infligir a sus hijos para que no nos parezca ya tan clara la línea que separa a animal y persona.

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