Diario de Valladolid

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SIN DUDA la Navidad es un tiempo mágico en el que afloran los mejores deseos de una sociedad anestesiada por la cotidianeidad de las tragedias y las malas noticias. En estos días sentimos casi la obligación de agradar a los que nos rodean, de hacerles las fiestas más amables y de solidarizarnos con quienes sufren dificultades de toda índole. Es habitual en estas fechas participar en recogidas de alimentos destinados a quienes no pueden llegar a fin de mes o en campañas de juguetes que desde asociaciones, peñas y cofradías se ponen en marcha para que ningún niño se quede sin reyes.

En Navidad se multiplican los milagros que impiden que una familia con un bebé sea desahuciada de su hogar o que un ciudadano mantenga templada su vivienda porque el vecino ha pagado los recibos pendientes, logrando así que la compañía eléctrica aplace el corte de luz. Los cuentos de navidad siempre tienen un final feliz porque la solidaridad de las personas de buen corazón hace más llevadera, por un momento, la dura realidad de unos ciudadanos sin derechos.

Pero la compasión no puede ser el sustituto del estado social. La caridad no puede suplir la obligación de las administraciones de procurar la calidad de vida imprescindible para que cualquier ciudadano sea digno de ese nombre. La razón de ser de todo Estado, de toda Comunidad Autónoma, de todo ayuntamiento democrático es cubrir las necesidades básicas y garantizar a todos sus ciudadanos una vida digna. Con ese objetivo se diseñan las instituciones del Estado y un sistema tributario progresivo y justo. Pagamos impuestos para que la solidaridad no se reduzca a la generosidad momentánea de los hombres y mujeres de buena voluntad, como ocurría en el siglo XIX.

El Estado social garante de la igualdad de oportunidades es la gran aportación histórica de la social-democracia, pero la derecha sigue anclada ideológicamente en el primer liberalismo y está empeñada, con su mayoría institucional, en regresar a él.

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