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A VECES, desmontando el refrán, las cosas de palacio se precipitan antes que las subalternas. Es lo que está ocurriendo con la mangancia organizada en la gestión del ahorro popular de las Cajas, que acabó como acabó. Y lo que nos queda por ver. Los de Madrid eran los jichos de la peli y llevamos semanas conociendo sus raterías en un goteo demoledor. De todos los partidos, sindicatos y organizaciones patronales, sin excepción. Fueron años de codicia y pillaje voraces. Hasta que vaciaron la hucha surtida con tantas penalidades.

Entonces tuvieron la idea luminosa de mudar el ahorro a plazo fijo de los viejos en productos híbridos claramente fraudulentos, de los que ellos como listos trajinaban para conseguir un interés más alto. Digo fraudulentos porque la mudanza del ahorro se hizo escatimando la información del riesgo y con un agravante añadido: sin subir a las víctimas el interés por su dinero. El colmo de aquel descaro, que los jueces van reparando con lentitud y sin sorpresas, son las declaraciones ayer de los cabecillas de Caja España y Caja Duero en la Audiencia Nacional. En su desfile ante el juez Eloy Velasco, llegaron a decir que esos productos tóxicos se comercializaron «porque los pedían los clientes».

Las actas del consejo de las entidades desvelan sin paliativos que la historia no fue esa ni parecida. Se necesitaba liquidez para disimular la quiebra y se impulsó la conversión del ahorro en preferentes, que se contabilizan como capital. Ni más ni menos y desde la plena conciencia de la tropelía que se estaba cometiendo. La película de las preferentes ya está en manos de los jueces y sus decisiones enmiendan sin sorpresa a los tramposos.

Lo que ahora inquieta al público expectante es conocer de una vez y cuanto antes la cifra y el detalle de las tarjetas opacas en las entidades de aquí. También los créditos volátiles y otros turbios manejos del siniestro final de nuestras entidades de ahorro.

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