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BURGOS

La lucha de una raza autóctona por su rentabilidad

Su consumo aumenta y se expande por toda la península, pero los ganaderos no pueden dedicarse en exclusiva a este sector

Hasta su entrada en el establo para su posterior sacrificio, los potros pastan en total libertad.-ECB

Publicado por
Diego Santamaría

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Llegó la crisis económica y se mantuvo en «línea ascendente». Después los ‘brotes verdes’ y la ‘recuperación’ que preconizaban los líderes políticos que se turnaban en el Gobierno. Ya en 2013, la Junta de Castilla y León retiró las ayudas, pero ni con esas. La Asociación de Criadores Burgaleses de Caballo Hispano Bretón no solo ha resistido los embistes de los mercados y de las administraciones con la cabeza bien alta.

Desde fuera, sobre todo en el ámbito local, da la impresión de que ganaderos y carniceros se están haciendo de oro con el denominado ‘ibérico de las montañas’. Nada más lejos de la realidad. Vale que las ventas se incrementen año tras año y que al principio se comercializaba un potro al mes y ahora se supera la veintena, pero la dedicación exclusiva al sector continúa siendo imposible.

Varios son los factores que explican este fenómeno. En primer lugar, tal y como apunta la gerente de la asociación, Gema Fernández, «tenemos muchos más animales de los que se venden». En la actualidad, la cabaña equina de esta raza ronda los 1.700 ejemplares reproductores que cada vez se concentran en menos propietarios, ya que «muchos se están jubilando» y venden su ganado al vecino. Pero claro, hace falta un relevo generacional que no acaba de concretarse.

Volviendo al tema de las ayudas, el Gobierno regional habilitó de nuevo una partida «que todavía no han recibido pero que llegará»: 130 euros anuales por animal. Fernández valora el gesto, aunque «realmente no sirve para que la explotación sea rentable». En esta tesitura, considera que las administraciones deberían colaborar «a la hora de promocionar y poner en valor esta carne. Si lo conseguimos y se paga bien, ya no se necesitarán ayudas», esgrime con la esperanza de alcanzar un «precio justo» que consolide la supervivencia de un sector en el que «la rentabilidad es cero».

¿El gran objetivo? Más claro agua: «que las explotaciones de equino algún día sean rentables». Y no solo por una cuestión meramente económica, sino también por el mantenimiento de un proyecto que promueve el «desarrollo del medio ambiente, del medio rural (...) y de una raza que está en peligro de extinción».

De norte a sur

A pesar de las dificultades, lo cierto es que la carne de potro hispano bretón ha logrado hacerse un importante hueco más allá de la provincia. A partir de la apertura de una tienda on line hace alrededor de tres años, los clientes potenciales se multiplicaron gracias a la visibilidad que brinda la red de redes. «Estamos llegando a muchos sitios», comenta Fernández sorprendida por el éxito que esta carne tiene en Asturias, Madrid o Andalucía. En este último caso, «pensaba que iba a ser un lugar difícil por el culto que tienen al caballo». Todo lo contrario. Sevilla, Córdoba o Granada han sabido apreciar el sabor y propiedades del hispano bretón criado en las montañas burgalesas.

Respecto a su apertura a mercados internacionales, la gerente reconoce que «nos lo hemos planteado». Es más, «Italia y Francia ya son consumidores, y de hecho sí que llevan potros de la provincia». Sin embargo, dar este salto de gigante «es muy complicado porque es una carne desconocida y en el extranjero mucho más», pus la falta de medios económicos dificulta la internacionalización de un producto que «no es fácil para abrir mercado».

La ruta del potro

La cabaña equina hispano bretona se reparte por el norte -principalmente en Las Merindades-, la Demanda y la zona de Villadiego. Los ganaderos trabajan directamente con nueve carnicerías de Burgos agrupadas en la empresa Amicar 8 que se encargan de gestionar las ventas a través de internet.

Los animales pastan a más de 1.000 metros de altitud en total libertad bajo la supervisión de sus propietarios, sobre todo en pleno invierno, cuando «hay nieve y no tienen nada que comer», por lo que el ganadero se encarga de su alimentación. A priori, puede que este sector sea «menos laborioso que otros», aunque nunca conviene olvidar que «come más, necesita más cuidados que una ternera, tiene que beber agua limpia -de media consumen alrededor de 60 litros diarios-, estar cómodo...». En definitiva, los potros -y los caballos en general- «son muy delicados» y requieren una atención constante.

Y es que en más de una ocasión, durante el viaje transitorio del campo al establo para su engorde y posterior sacrificio, «muchos se mueren», lo que acarrea importantes pérdidas económicas para el criador. Por otra parte, los equinos cuentan con la ventaja de que «no cogen enfermedades», ni siquiera «de transmisión» hacia los seres humanos.

Como cualquier persona, cada potro cuenta con su propio pasaporte en el que se refleja su número de microchip, sus antepasados y sus características físicas como «el color o las manchas que tiene». Gracias a esta identificación «de arriba a abajo», los productores se aseguran que «es apto para consumo humano».

En lo que respecta a su transporte una vez que han pasado por el matadero, los equinos se transportan en cámaras frigoríficas que aseguran que el producto se mantiene «en perfectas condiciones». «Todo está controlado», asevera Fernández para, acto seguido, recordar que la de potro «es mucho más sana que el resto de carnes».