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El último Chacolinero pozano

JUAN MIGUEL SANTAMARÍA

JUAN MIGUEL SANTAMARIA

Publicado por
Javier Pérez Andrés

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Juanmi y su chacolí burebano son un ejemplo de la otra cara del vino regional. La geografía vitivinícola les desplazó del mapa y muchos pequeños elaboradores como él, no se resignaron. Siguieron cultivando la vid y elaborando vino como siempre se hizo décadas atrás del nacimiento de las denominaciones de origen. El chacolí de Juanmi, que elabora para sus amigos, es conocido en varios pueblos a la redonda de Poza de la Sal. El lugar donde cultiva sus viñas y elabora sus vinos es la vieja bodega merendero.

Una buena manera de cerrar esta añada de 2021 es haciendo un canto a los últimos cosecheros de un vino histórico que, a pesar de todos los abandonos, se resiste a desaparecer del todo. Un buen ejemplo es del Juanmi, un chacolinero de Poza de la Sal. Y no está solo. Le acompañan algunos más en este municipio burgalés que vio nacer a Félix Rodríguez de La Fuente y que es también, por otro lado, la sal que olvida la cocina regional. Pero, ahora toca aplaudir a Juan Miguel Santamaría Arce. Aunque su origen está en la merindad de Ubierna, la mayor parte de su vida está relacionada con esta población burgalesa y, como tantas veces sucede, en este caso le trajo a Poza su mujer, Teresa.

Y siendo esta hija de Julián el Tordo, y este, un chacolinero que nunca abandonó la viña ni el chacolí, Juanmi, junto a los hijos de Julián, mantuvo abierta la bodega durante medio siglo. Este año ha vendimiado uva de sus majuelos con unas 700 cepas en vaso, la mayor parte de ellas pasan de los 70 años. Ha elaborado unos 800 litros de chacolí, cuyo destino es la invitación al forastero de un vaso y las celebraciones de amigos y familiares. Sorprende la limpieza de los vinos de Juanmi: poco grado, acidez que no disimula, pero agradables y frescos y la mayor parte tintos. No está solo, entre otros paisanos siguen fieles a la elaboración del chacolí los pozanos Baldomero, San Juanes y Luis que vendimian, producen y elaboran vino cada año para los suyos. Como toda la vida.

No son vignerons de nuevo cuño ni descubridores de la expresión de la tierra y del vino natural. Son honrados elaboradores de vino, cosecheros tradicionales, chacolineros como se les conoce desde hace siglos. Y como quieren que se les denomine. Porque en Poza de la Sal el vino fue durante bastante tiempo, durante siglos incluso, la segunda fuente de ingresos, después de la producción de sus salinas de interior. De esta localidad burgalesa se llegaron a producir más de 100.000 cántaras anuales. Lo que explica que, además de la aportación del vino como alimento al duro trabajo de las salinas, los viñedos se convertían en una actividad complementaria para los obreros de las salinas. Poza de la Sal es uno de los destinos turísticos y culturales más interesantes de la región y todo un icono en la geografía burgalesa.

La huella del naturalista universal y su potencial en el geoturismo por sus históricas salinas, no ha ocultado nunca al visitante, al forastero y al turista, que es también el último reducto del histórico chacolí en la Bureba burgalesa. Poco hace falta para que un pozano abra la puerta de su bodega y ofrezca un vino al visitante con todo su cuadro sensorial de baja graduación, ligeramente ácido, muy fresco y chispeante en sus primeros meses. «Chacolí de toda la vida y sin hacer nada…» dice Juanmi muy orgulloso. Lo cierto es que se beben bien, aunque mantengan ese toque de bodega que, por otro lado, todavía cuenta con muchos adeptos.

Un servidor entre ellos. Quién sabe si algún día las bodegas y las viñas de Poza de la Sal, el balcón de la Bureba, vuelven al registro de viña y bodega. En terruños con menos motivos he visto resucitar vinos e incluso inventárselos. Esperaré para contarlo.