GASTRONOMÍA | SOLAR BRAGANÇANO
La fascinante cocina trasmontana
Vecina de León y Zamora, la tierra trasmontana portuguesa acorta distancias cada año culturalmente con Castilla y León. Son muchos los paisanos que visitan Braganza, epicentro de esta región del centro portugués y capital de la ‘máscara’ por cuyo museo local desfilan antropólogos, turistas y defensores de las mascaradas leonesas, zamoranas y abulenses. Pero Braganza es también el escenario de una cocina tradicional que aún se mantiene casi intacta. Buen ejemplo de ello es el restaurante Solar Bragançano, situado en pleno centro de la ciudad, al lado de su pequeña catedral. Si bien la carta asegura una comanda bien surtida de platos de cocina lusitana -bacalhau, peixes, sopas, omeletes y sobremesas…- el marco, el escenario y la decoración de sus comedores provocan en el comensal una sensación fascinante. Montones de libros, en pilas y sobre las mesas por doquier. Botellas de vino de Oporto, de Dão, de Trás-os-Montes, entre otros vinos portugueses, sobre el suelo, descolocados maravillosamente en total anarquía. Y en los comedores, mesas, manteles, vajilla, cubertería que nos transporta a una estampa decimonónica. Todo ello reforzado por la presencia permanente de sus propietarios: Ana María Baptista y Antonio Desiderio Martins. Ellos toman la comanda y atienden las mesas, sobre las que destacan entre el menaje las bellísimas jarras de agua y una vajilla de loza que no desentona con el contenido de los platos.
Y es que es una delicia probar sus sopas de gallina, caldo verde, de castañas… las carnes (vitelas) de ternera mirandesa, de cabrito, de porco... un buen reparto de platos de bacalao, y diferentes pescados en salsa o al horno de merluza, congrio o truchas. Tampoco faltan en este restaurante tan singular algunos platos que aquí ya hemos ido olvidando como el faisán con castañas, la perdiz con uvas, el guiso de conejo de campo o el arroz con liebre.
En este restaurante de cocina tradicional transmontana y de corte burgués se puede comer por una media de 35 euros con holgura. Sin duda, una experiencia difícil de olvidar, tanto como el sonido al andar sobre un suelo de madera que cruje al pisarlo.