Diario de Valladolid
Irene y Miguel, con uno de sus vinos en el lugar en el que se encuentra el árbol de las zapatillas.-

Irene y Miguel, con uno de sus vinos en el lugar en el que se encuentra el árbol de las zapatillas.-

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Redacción de Valladolid
Valladolid

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La bodega Alto Sotillo ha logrado ya su plaza fija entre los vinos de impronta ribereña. A pesar de ello, no olvida esas pequeñas historias que hacen más grandes a los riberas, gracias a una especial sensibilidad y, ante todo, a ser la consecuencia de una cultura heredada de relatos de un pueblo vinícola. Miguel es el nieto de Pantaleón, un tenaz viticultor de los que fundaron la cooperativa local. Aquel grupo de valientes que se unieron para salvar viñedo y el vino en su pueblo. Ese mismo ADN se lo trasladó Antonio Calvo, su padre, quien le inculcó el oficio de viticultor que hoy se traduce junto a Irene, su mujer, en una pequeña bodega moderna y de profunda raíz sotillana. Pero antes de entrar en polifenoles, Miguel e Irene me llevan a un lugar desde el que se ve la panorámica de los Rubiejo en lo «más alto de Sotillo» y me cuentan lo del árbol de las zapatillas.

Ahí siguen las zapatillas clavadas en la corteza del tronco de la vieja sabina, justo donde acaba el robledal y el encinar y empieza la cuesta abajo. Ni el tiempo, ni el musgo, ni la intemperie han logrado hacerlas desaparecer. Hay quien dice que algún día volverá ella, la niña de la leyenda, se las calzará y bajará la cuesta corriendo para seguir jugando con sus amigas. Y es que en Sotillo de la Ribera, que está en Burgos, siempre se advertía a los niños y a las niñas de que no subieran al monte porque se perderían. «No fuera que les pasara lo de la niña de las zapatillas». Irene lo recuerda, lo escuchó siempre en casa de sus abuelos en los largos veranos que pasaba cuando venía de Madrid. Miguel, de niño, más de una vez pensó en «subir a ver». Hoy lo hace con sus dos hijos, Bruno y Marco, pero sin miedos.

El caso es que ahí se quedó la leyenda para siempre. Envuelta en ese relato de miedos infantiles. «¡Se la comió el lobo! ¡Solo aparecieron las zapatillas! ¡No vayáis solas al monte!». Ahora, los 30 niños y niñas sotillanas del CRA Siglo XXI no le tienen miedo al lobo y suben a ver el árbol de las zapatillas y el bosque de robles y encinas. Irene y Miguel llevan allí a quienes quieren conocer sus vinos para ver la mejor panorámica de su bodega y contar esta historia que se refleja en sus etiquetas y en la bodega, donde está la leyenda de la niña de las zapatillas zurcida sobre las páginas de tela del libro de visitas.

La bodega Alto Sotillo tiene ese encanto de lo familiar. Pero también la lectura de modernidad y buen criterio en viña y en lagar. Sus vinos ya han cosechado el refrendo de prescriptores y concursos y la aceptación en los mercados del vino de calidad. Proceden de las uvas de sus cerca de 35 hectáreas propias (repartidas entre Sotillo y Gumiel del Mercado), con una media de edad de 50 años y predominado el vaso. Sus tempranillos se reparten, entre otros pagos, por los de Carrascada, Nogalillo, el Corcho, el Aguachar o los Arenales. Sus tintos salen al mercado como Rubiejo, Evolución, Artón y en breve saldrá el nuevo Bruma de la Carrascada. Todos expresan el terruño gracias a un buen trabajo en viña y a una acertada política de fermentación y crianza que han posibilitado una buena regularidad solo alterada cuando, como en la añada del 17, la naturaleza se negó a darla. Este criterio selectivo ha logrado para Miguel e Irene muchos éxitos, como el último Premio Envero a su rosado joven Rubiejo18, que alude a un pago del término municipal. Miguel es consciente de que, además de la parte comercial, del trabajo de bodega y de las prácticas culturales en la viña, necesita un buen respaldo técnico, de ahí que Rebeca y Esther, dos enólogas ribereñas, sean las garantes del diseño de sus vinos desde hace años desde ‘EnoDivinos’. Por el momento, producen alrededor de 100.00 botellas al año de las un 40% se destinan a la exportación.

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