Arzuaga, una saga que germina en el Duero
han pasado veintisiete años. Aquel día le pregunté a Florentino Arzuaga que cuándo tañerían las campanas de la espadaña que se elevaba entre las grúas y las obras de la bodega. El guipuzcoano me contestó que en nueve meses. Y así fue. En ese tiempo, la primera fase de un gigantesco complejo enoturístico abría sus puertas al pie de la N-122. La segunda pregunta fue si tan solo era una inversión o si los Arzuaga venían para quedarse. La respuesta, lacónica, como es propio de su carácter, fue rotunda: «He venido para crear un proyecto familiar, elaborar un gran vino y echar raíces para siempre en el Duero». Así comienza la historia de Arzuaga. Cuando Florentino y su mujer, la lermeña María Luisa Navarro, deciden apostar por el Duero. Todo empezó en La Planta, una finca paraíso de encina y de fauna salvaje. Desde el comienzo, Ignacio Arzuaga, su hijo, estuvo implicado. Hoy se encuentra al frente de la gestión del complejo. Llamaba la atención en los primeros años que se vinculase a la diseñadora Amaya Arzuaga con la bodega. Era imposible no asociar a Amaya, que durante veinte años se ha mantenido en la vanguardia internacional, con los vinos tintos de su familia. Las raíces han fructificado y Arzuaga es hoy una de las bodegas más sólidas por su cimiento agronómico, su criterio enológico y por su capacidad creadora, que responde a una empresa que da trabajo a más de un centenar de familias y que, cada año, inicia nuevos proyectos que generan riqueza y empleo. Los Arzuaga, sin hacer excesivo ruido, se han posicionado entre los modelos del enoturismo en España, pues no solo introdujeron la visita a La Planta para contemplar ciervos, jabalíes y muflones, respetando la huella de los viejos carboneros, sino que, con la añada del 2007, nace su SPA, cuyas instalaciones, unidas al hotel de cinco estrellas, pionero en esta calificación hotelera en la región, han convertido al complejo en un producto turístico muy demandado. Sin duda, su infraestructura bodeguera y hotelera contribuye al turismo de la región, pues los amplios salones y comedores en el restaurante de cocina tradicional logran que, a diario, las visitas encuentren lo que buscan en este enclave de la Ribera. A todo esto se ha unido una nueva iniciativa que pone la guinda en la oferta gastronómica de los Arzuaga y que demuestra el carácter familiar y la profunda raíz que han echado en la Ribera del Duero. Amaya Arzuaga ha doblado, por un tiempo, sus telas. Y, bajo su supervisión, ha abierto la puerta a la alta costura en la cocina ribereña. Los planteamientos gastronómicos de Taller están entre los guiños a la cocina más avanzada de la zona. Ojo al nuevo proyecto de Amaya: viajar en zodiac por el Duero. La marca de los Arzuaga viaja por el mundo con cerca del 35% de los dos millones de botellas que produce. Todo procede de las 185 hectáreas de viñedo propio. En los tres próximos años, iniciarán nuevas plantaciones. La mayor parte, de la variedad tinta tempranillo, aunque siempre conservarán ese mínimo porcentaje de la variedad blanca albillo en algunos de sus tintos. Sobre los vinos, Arzuaga ha satisfecho la demanda de los mercados, respondiendo al perfil del Duero en sus crianzas y reservas y abriéndose camino entre los vinos ecológicos, con mucho futuro, y sorprendiendo con elaboraciones como el único vino de Pago que se comercializa en la región. Un tempranillo de Mancha: Pago Florentino. Rosados; blancos de Chardonnay y tintos del tridente varietal Tempranillo, Cabernet y Merlot; o jóvenes como La Planta han catapultado a los Arzuaga entre las referencias de la D.O. Miles de visitantes, puestos de trabajo, imagen exterior. La saga de los Arzuaga germina en el Duero. Recientemente, Verema ha otorgado a la bodega el premio a la mejor trayectoria como complejo bodeguero. La gran familia, con Florentino y María Luisa al frente, posa para La Posada en una foto histórica que ilustra este reportaje.