REVUELTO DE POLIFENOLES
Museo cooperativo
Si hay un lugar donde las cooperativas debieran tener un museo o un recinto cultural que contara su historia es, sin duda, en el ámbito geográfico de las comarcas de Valdevimbre, Los Oteros y en la del Cea. Viejos topónimos que, un día, formaron parte con pleno derecho del mapa del vino español. Casualmente, la existencia del movimiento cooperativo en estos territorios salvó una viticultura que iniciaba un descepe vertiginoso, como así sucedió a partir de los 80. Recuerdo el viejo sueño de Meseta de León, en el que se pretendió, hace veinte años, unir esfuerzos y afrontar los retos de un mercado que exigía cambios estructurales, nuevos conceptos de viticultura y enología. Por aquel tiempo, la prieto picudo todavía no había perdido su porte rastrero. Aquellas viñas y majuelos casi se mezclaban cuando estaban llenas de vegetación. Algunos pensábamos que querían enzarzarse entre todas para no desaparecer. Pero las cosas fueron por buen camino y, lejos de desvanecerse, se levantaron altivas para crecer conducidas por nuevas espalderas y novedosas prácticas culturales que han elevado a la variedad tinta prieto picudo a un altar impensable hace un cuarto de siglo. Por fortuna, la DO León cuenta con bodegas modernas y competitivas que elaboran vinos que reciben los parabienes de los prescriptores y de los mercados de calidad. En este campo, mucho que aplaudir. Pero a las viejas cooperativas, cuyos edificios llegaban a competir con los silos del SENPA, les debemos un apunte cultural y, antes de que las derribe el olvido, alguien debería reconocer su aportación, buscando el formato museográfico que mejor encaje. El mejor reconocimiento debe ser el que, en los pueblos donde aún hoy quedan socios viticultores, tengan en sus nietos el germen de nuevas bodegas modernas.