REVUELTO DE POLIFENOLES
La viña y el almendro
Pronto la flor del almendro comenzará a decorar el paisaje. Y no me refiero a las nuevas plantaciones de almendros que, por fortuna, han surgido en los últimos años. Me refiero a esos almendros a la intemperie, solitarios y olvidados, que se niegan a desaparecer y que, todos los años, regalan sus frutos sin que nadie aproveche el interior de la cáscara. Viven y crecen sin jardinero, sin nadie que les pode o riegue. Pero aun así, son un toque de glamour de inusitada belleza en el paisaje rural, en la ladera, en la escombrera y en la ribera del río y del arroyo. Porque el viejo almendro es así. Fructifica donde lo plantaron o donde un pájaro caprichoso llevó la semilla. Pero entre todo ese inmenso jardín japonés de almendros floridos, me quedo con los que toda la vida de Dios formaron parte de la linde, del sendero, y de los que rodeaban los majuelos. En los últimos años nos hemos cargado, con tanta espaldera y gran plantación, el paisaje vitícola. El de la caseta del viñador y los almendros alrededor. Vivieron siempre en armonía la arquitectura popular y los frutales que, todavía hoy, estamos a tiempo de salvar. Y, por supuesto, aunque no todos los almendros se plantaban para comer el fruto, al menos merece la pena aprovechar las almendras de muchos de los que todavía hoy, forman parte de la estampa rural en las viñas. Es curioso que estén tan de moda los de los paisajes culturales y, en esta región, mosaico de viñedos, perdamos el interés por recuperar el sitio del almendro en la linde y al lado de la viña.