MASCARADAS DE INVIERNO
Llega el solsticio, despierta el antruejo
La provincia de Zamora vive durante la época navideña la representación de las mascaradas de invierno, ritos ancestrales que mantienen viva su esencia
Está a punto de iniciarse el solsticio de invierno y en una veintena de pueblos de la provincia de Zamora se preparan para vivir las mascaradas, rituales de origen primitivo, simbólicos y festivos, que hunden sus raíces en un momento de la historia en el que el tiempo no se medía por años sino por estaciones. Representaciones de este tipo se conservan en distintos puntos de la península ibérica, pero la provincia de Zamora es uno de los territorios que ha sabido conservar, con gran variedad, un mayor número de este tipo de manifestaciones culturales que apenas han cambiado con el paso de los años, lo justo para adaptarse a los nuevos tiempos.
Las mascaradas que se viven en la provincia de Zamora durante el solsticio de invierno se concentran en apenas doce días, entre la Navidad y la celebración del Día de Reyes, aunque es sobre todo durante los días 26, 27 y 28 de diciembre cuando hay una mayor concentración que exige una buena planificación para poder acceder a todas ellas.
Aunque cada una de las mascaradas ha ido desarrollando sus propios personajes y algunas características que las hacen particulares, en todas ellas hay una serie de rasgos comunes que han sido definidos por el estudioso Bernardo Calvo. En todas ellas se utilizan máscaras, no tanto por ocultar el rostro de quien las lleva, como puede ocurrir en el carnaval, sino para identificarse con el personaje que interpretan. También es común a todas el sonido de cencerros, esquilas o campanillas, de la misma manera que se generan ruidos, desórdenes y alborotos al paso de los enmascarados. Igualmente se emplean elementos para fustigar o amenazar a los espectadores y, en algunos casos, a otros personajes de la mascarada. Las calles y plazas de las distintas localidades que las acogen son siempre el lugar de celebración y en todas se reclama la participación del público a través de la petición de aguinaldos. Son siempre los jóvenes quienes asumen los distintos papeles de las mascaradas, lo que se entiende también como un rito de paso a la madurez.
Para algunos investigadores las mascaradas son representaciones que reflejan la lucha entre el bien y el mal; para otros, rituales de purificación y de fertilidad que se hacían en un momento de incertidumbre como es la llegada del invierno. Bernardo Calvo sostiene que los elementos que participan en las mascaradas tienen un carácter simbólico que sirve para lograr esos objetivos: los golpes que los personajes de las mascaradas propinan a los espectadores o el sonido de los cencerros son ritos de limpieza, la utilización de la ceniza o el uso de las tenazas articuladas rematadas con patas de cabra buscan la fertilidad de la tierra y de las personas.
Aunque hay muchos elementos comunes en las mascaradas que se celebran en la provincia de Zamora, y las que se conservan también en localidades de León, Galicia y la zona fronteriza con Portugal, cada una de las representaciones ha evolucionado de una manera diferente y no se encuentran dos celebraciones iguales.
El personaje principal de cada una de las celebraciones suele hacer un recorrido por el pueblo, solo o acompañado por otros personajes, para pedir el aguinaldo, llamar casa por casa, perseguir a los vecinos, celebrar la llegada de las autoridades y hacer en ocasiones, una auténtica crítica social como ocurre en las representaciones más teatralizadas.
Dos mascaradas han conseguido la declaración de interés turístico regional en Zamora: el Zangarrón de Sanzoles y los Carochos de Riofrío de Aliste. Esta última, además, cuenta en la localidad con un museo en el que se recogen los once personajes de la mascarada y diversos objetos vinculados con ella, así como ejemplos de otras celebraciones que tienen lugar a lo largo del mundo, fundamentalmente en Bulgaria o Rumanía.
El carácter ancestral que tiene este tipo de celebraciones, el colorido y la originalidad de los trajes, el ritual que se desarrolla cada año, el recorrido por las calles de los pueblos, la implicación de los vecinos en la mascarada, que raramente son meros espectadores, el apoyo institucional que están logrando y el impulso que se les da desde las poblaciones han logrado que las mascaradas estén disfrutando de una segunda época dorada, después de haberse salvado de la desaparición debido a la intensa despoblación del medio rural. Incluso en algunas localidades se están recuperando, es el caso de Morales de Valverde, con el carnaval del Toro.
Desde hace diez años se celebra en la capital zamorana cada mes de septiembre el Festival de la Máscara, lo que ha permitido, según el diputado de Turismo, José Luis Prieto Calderón, «no sólo acercar al gran público unas celebraciones que solo eran conocidas en sus zonas respectivas» sino también dar presencia a un recurso turístico, cultural y etnográfico que permite «desestacionalizar» el turismo hacia una época como la de Navidad.
La relación con Portugal, donde también existe una gran tradición de mascaradas, es intensa, con viajes anuales a Braganza y Lisboa.
«La gran variedad que tienen estas expresiones culturales en la provincia de Zamora no existe en ningún otro lugar», apunta Prieto Calderón, de ahí que la institución provincial, a través de la agrupación europea de cooperación territorial Zasnet y de la reserva de la biosfera Meseta Ibérica esté embarcada en la próxima petición a la Unesco para que las mascaradas sean declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial. «Conseguir esa protección universal supondría un relanzamiento para estas celebraciones milenarias porque les permitiría figurar en un catálogo internacional», añade.
Aunque buena parte de las mascaradas se concentra en la época invernal, hay otras celebraciones también encuadradas en este tipo que tienen lugar durante la época de carnaval. Es el caso de la Vaca Bayona, que se desarrolla en las localidades de Almeida de Sayago y Carbellino, la Vaca Antrueja de Pereruela, la Vaquilla de Palacios del Pan o los carnavales de Villanueva del Valrojo. Incluso durante el verano, cuando los pueblos tienen mayor población, se ha recuperado algunas celebraciones en Tábara, San Vicente de la Cabeza o Pobladura de Aliste.
GUÍA DE LAS MASCARADAS
El hecho de que la mayor parte de las mascaradas de invierno se concentre en apenas doce días hace necesaria una estricta planificación para poder acercarse a las distintas localidades y disfrutar de ellas.
El día 26 tiene lugar la actuación principal del Zangarrón de la localidad de Sanzoles, una fiesta declarada de interés turístico regional. Es el mismo día que se celebran también mascaradas en Ferreras de Arriba, la Filandorra, Pozuelo de Tábara, donde el personaje central es el Tafarrón, y Villarino tras la Sierra, donde salen a la calle el Caballico y el Pajarico desde primera hora de la tarde.
Vigo de Sanabria es uno de los pueblos que ha recuperado en los últimos años una mascarada tradicional, a través de la Talanqueira o Visparra, que se celebra también a lo largo de la tarde del 26 de diciembre.
El día 1 de enero, hay que cumplir a primera hora de la mañana con el Zangarrón de Montamarta y con los Diablos de Sarracín de Aliste y a mediodía con los Carochos de Riofrío, otra de las fiestas declarada de interés turístico regional en la que participa más de una decena de personajes. En torno a las tres de la tarde es preciso llegar a Abejera para ver las luchas de los Cencerrones y rematar la jornada de nuevo en Riofrío.
El día 5 por la tarde, a partir de las tres, San Martín de Castañeda es un buen destino para escuchar los cencerros de la Talanqueira o Visparra.
El día 6 de enero, para cerrar el ciclo de las mascaradas que se viven a la entrada del invierno, el protagonismo absoluto lo tiene de nuevo el Zangarrón de Montamarta.