TARUGUÍN (DO RIBERA DE DUERO)
Buenos vinos entre buenos amigos
Julio Romera y Nacho León maduraron su amistad ‘gran reserva’ en Taruguín, un vino ‘nuevo’ con métodos de antaño
Hay empresas que necesitan meses de trabajo en grupo para conseguir resumir su identidad en una sola frase. A Julio Romera, uno de los padres del vino Taruguín, le sale despreocupadamente mientras pulula entre barricas de roble francés. «El vino es un instrumento de felicidad». Y es que el origen de esta bodega está en una larga amistad, en el amor por la tierra, en el respeto al medio ambiente y, claro está, en el placer de servir un tinto hecho con las propias manos y paciencia.
El origen de estos caldos, que se mueven en la zona noble de los puntos Parker, va mucho más allá de la puesta en marcha de la bodega. «Somos dos socios, Nacho (León, vitivinicultor en El Bierzo) y yo», relata Julio. «Nos conocimos en el colegio e hicimos Agrónomos juntos». Tras los estudios cada cual siguió su camino. Julio, radicado en Valladolid, mantiene viva la tradición familiar en el comercio de lana. Nacho optó por menesteres enológicos en El Bierzo.
Hasta que «en 2009 ó 2010, paseando con las bicis» por las tierras sorianas de San Esteban de Gormaz y El Burgo de Osma donde reside la familia de Julio, salió la conversación de que «esas viñas son de un primo mío». Casi con el capricho de hacer vino «le pedimos que nos cediese esa parcela para ir conociendo la idiosincrasia de la uva de esta zona» y en menos de una década el resultado se bebe de Bélgica a Estados Unidos.
La primera vendimia iba a ser la de 2010 pero una granizada en mayo acabó con la uva. Lejos de desanimarse, los dos amigos le pusieron aún más ganas para sacar su primera añada en 2011 con sólo 900 botellas. No había siquiera instalaciones propias, así que la uva salía de tierras dentro de la Denominación de Origen Ribera del Duero para que Nacho la embotellase en sus dominios leoneses, por lo que nació como vino de mesa y no ha sido hasta este año cuando ha podido presumir plenamente de su origen real.
No obstante, hasta este punto se han dado pasos cortos pero seguros. «Vamos recuperando viñas viejas que estaban sin uso. Aunque no tenemos un sello como tal, practicamos una viticultura ecológica y orgánica aunque no somos talibanes de ello. Siempre que podamos evitar utilizar un químico, lo evitamos». De hecho, paseando entre vides hay matitas de otras plantas, huellas de corzo e incluso algún cardo suelto, señal de que estas cepas están plenamente integradas en la naturaleza. Hay parcelas mínimas, donde cinco líneas están bajo la gestión de Taruguín y otras cinco las mantiene otro familiar.
Este año se hicieron con un espacio en el vivero de empresas de San Esteban de Gormaz, trasladaron las cubas y se adscribieron a Ribera del Duero. La producción, siempre devolviendo a la vida viejas viñas, ya se acerca a las 6.000 botellas que por ahora reposan en barrica. «Hemos querido respetar la tipicidad de la tierra, sabiendo que la altitud confiere cierta acidez. Hemos aprendido de las zonas, de las variedades y de las viñas. Esto es un aprendizaje y los vinos están gustando. De hecho, vendemos más en el mercado internacional que aquí, aunque ahora queremos ser profetas en nuestra tierra».
Su carta de presentación es la ilusión y el mimo por la tradición, sin añadir nada a los caldos. «El vino se hace en la viña», repite una y otra vez Julio. De hecho, por el momento no se encasillan como crianza, reserva o gran reserva, porque cada cosecha «requiere un tiempo de maduración en barrica y otro en botella». La última cosecha a la venta, la de 2016, pasó 11 meses en madera y uno evolucionando en vidrio, por ejemplo. Pero nadie garantiza que la añada de 2017 o la actual requieran otros tiempos para mejorar. Sólo hay que escucharlas.
«Tampoco queremos abusar de las maderas. Las barricas son un elemento para estabilizar el vino, no para darle sabor, eso se lo da el fruto», insiste Julio. «Para decidir cuando embotellamos lo hacemos por cata y se saca cuando consideramos que está en su momento idóneo».
De momento, para estas Navidades se ha lanzado una edición limitada en formato magnum, abrigada por un suave envoltorio de lana merina de las Tierras Altas de Soria en lugar de la habitual caja de madera. Los taruguines nacen de la tierra y la joven bodega de ancestrales métodos quiere seguir haciendo honor a su nombre.