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RESTAURANTE LA CHARCA

La hija de Justo y la cocina de las brujas

Ascensión, a la puerta del restaurante con el libro que cuenta la historia de su padre, Justo Peña.-ARGICOMUNICACIÓN

Publicado por
Redacción de Valladolid
Valladolid

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Ascensión Peña lleva cuatro años al frente de la cocina de su pequeño restaurante rural que está en la carretera comarcal 629 con dirección a Villarcayo. Nada más pasar el desfiladero de Peñahorada y antes de ascender al Páramo de Masa, está Cernégula. Lo primero que se divisa es la gasolinera. Detrás está La Charca, su restaurante, en el que todos los días atiende a viajeros, trabajadores, agricultores y algún turista, que comen por un menú de 10 euros y 15 euros el fin de semana. Ascensión a diario ofrece varios platos y tiene la puerta abierta de su cocina para comer y cenar; el único donde se puede comer en 35 kilómetros. De ahí que se agradezcan sus guisos de carne, estofados de legumbres, sopas, pastas y cocidos. Un filete, unas albóndigas o unos huevos con patatas fritas saben a gloria bendita, además de los postres convencionales. Y también, morcilla, embutidos, vino, agua y gaseosa. Ascensión dice que no tiene ninguna pretensión gastronómica, solo quiere dar de comer. Después de trabajar en la hostelería burgalesa, ahora lo hace en Cernégula, el pueblo que hizo célebre La Charca de las Brujas, una leyenda que atrae a numerosos curiosos a la laguna situada en las inmediaciones del pueblo, en el que viven no más de 70 habitantes. Pero además, Ascensión es una de las hijas de Justo Peña, aquel pastor que entró en la literatura pastoril de la mano del escritor Antonio Zavala dejándonos el relato vital del último pastor del páramo. Ascensión y su restaurante La Charca, la leyenda de la laguna de las brujas y los dos libros que cuentan la historia de su padre, Justo Peña, contribuyen a la gastronomía burgalesa. Sin ninguna duda, una de las mejores ofertas del turismo gastronómico burgalés. Releo la biografía de su padre… Contaba Justo que él tenía las tres cosas: hambre, necesidad y sed. Con chorizo, pan y una botilleja de vino, lo solventaba, mientras decía a su perra La Meri: «tú mira al lobo, que yo guardaré la carretera». Metía las ovejas por donde el bar y le decía al lobo: «Te vas a joder, otro día no sé, pero hoy ya no me la haces». Poco imaginó el señor Justo que su hija también vencería a otro lobo más fiero: el de la despoblación y tan sólo con sentarnos a su mesa.

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