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De izda. a dcha.: Marta Román (enóloga); Carmelo Benito (detrás, tesorero); Julio Andrés Romaniega (presidente); Ángela Benito (Administración); y Basilio Benito (bodeguero).-ARGICOMUNICACIÓN

Publicado por
Javier Pérez Andrés

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Dicen los historiadores que el topónimo Quemada tiene, con toda seguridad, reminiscencias de un incendio o de varios, produciéndose en algún lugar de esta población burgalesa a lo largo de su historia. Sin embargo, nadie precisa espacio, época ni fecha. Sin embargo, hay algo en lo que sí están todos de acuerdo: la viña forma parte del paisaje cultural de Quemada desde hace siglos. Ni la philoxera ni el éxodo de principios de siglo ni la emigración de los años 50 ni el arranque de cepas en los 60 logró que desapareciera la viña y el vino en este pueblo, situado a pocos kilómetros de Aranda de Duero. En todo esto tuvieron mucho que ver aquellos 200 viticultores que, en la añada de 1964, decidieron sumar esfuerzos, viñas, ahorros y esperanzas para fundar una cooperativa vinícola, que dedicaron a un santo, al bueno de San Roque, como era habitual en aquella época.

Todo esto ocurrió 25 añadas antes de crearse la Denominación de Origen (DO) Ribera del Duero, a cuyo Consejo Regulador pertenece la cooperativa de Quemada desde su creación. La bodega ha pasado por el mismo proceso que el resto de la Ribera, aunque con mayor o menor lentitud: cambios de mentalidad, nuevos enfoques en la viticultura, modernización y aplicación de técnicas enológicas y una apuesta clara por la comercialización de vinos de calidad. Todo ello, sobre la base de la columna vertebral del vino de la Ribera: las viñas, la materia prima, los viejos vasos y las plantaciones en espaldera de tempranillo, con medias de 20 y 30 años de edad. Como sucede con otros ejemplos, en este entorno ha sido vital la cooperativa local para mantener el viñedo. Hoy, los propietarios de la bodega son 123 viticultores. Entre todos, elaboran cada año en torno a 800.000 litros, pero solo embotellan un 30%, que llega al consumidor con la contraetiqueta de la DO Ribera del Duero. Sus vinos tintos crianzas y rosados llegan al mercado con la marca Roquesán. La joven enóloga Marta Román es la encargada de traducir todo ese potencial y peso histórico en el diseño de los vinos de cada campaña.

Marta es consciente de que el vino que elabora mantiene los niveles de calidad, pues su mayor parte es adquirido por bodegas de la DO Ribera del Duero. Una situación que, según el presidente Julio Andrés Romaniega, «nos permite pensar con mucha tranquilidad en el futuro, pues hay materia prima suficiente para crecer en embotellado». Hoy, la bodega-cooperativa Roquesán cuenta con los medios técnicos necesarios para afrontar su proyecto, y un edificio que ya forma parte del patrimonio industrial reciente de la Ribera, pues ha conservado la vieja estampa que alumbró el sueño en blanco y negro de los viticultores de Quemada.

Los actuales 123 socios -propietarios de la bodega y de las viñas- cultivan 208 hectáreas, la mayor parte en el término burgalés de Quemada. Otro valor que señala la enóloga baltanasiega Marta Román es que el 40% del viñedo es de antes de 1920 y que alrededor de un 40% de las viñas se plantaron a partir de la creación de la Denominación de Origen ribereña, a principios de los 80. Este potencial garantiza la materia prima y, unido a las normativas internas y a la profesionalización de la viticultura, es la garantía para seguir apostando por una mayor presencia en el mercado. En la campaña anterior, la de 2017, solo se comercializaron alrededor de 100.000 botellas, la mayor parte en la categoría de joven roble, y cortas partidas de crianzas y rosados.