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Rebeca y Esther, en la nave de barricas de una bodega ribereña.-ARGICOMUNICACIÓN

Publicado por
Javier Pérez Andrés

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Algún curtido viticultor -de aquellos que conocieron las duras vendimias, hicieron de sacadores con pellejos a la espalda y convivieron con aquel trasiego de vinos regulado por la correduría del pueblo- les espetaban a bocajarro cuando empezaban a hacer sus pinitos en el mundo del vino: «¿Qué hacéis en la bodega? ¡Pero si esto es para hombres!». Y hasta llegaron a escuchar aquello de: «A mí no me manda una chica». Comentarios trasnochados aparte, ambas recuerdan todas estas cosas como simples anécdotas, sin más. Y con una sonrisa, la misma con la que hoy afrontan su trabajo diario como profesionales de la enología.

Rebeca Palomo y Esther Gómez son dos mujeres burgalesas que han visto cumplir su sueño: trabajar en su tierra y hacerlo después de formarse en algo que tenía que ver con su propia cultura. Ambas son hijas de agricultores. Esther, de la añada del 84, desciende de Hontomín, en la Merindad de río Ubierna; mientras que Raquel, del 83, es de Villanueva de Gumiel. Nunca dudaron a la hora de elegir su futuro. La primera estudió una ingeniería agraria en Burgos para completar su formación con la licenciatura en Enología la Escuela de Agrarias en Palencia. Por su parte, la ribereña, nacida en el gran majuelo de ‘los gumieles’, optó por la Escuela de la Vid, en Madrid, y un curso en Burdeos. Lo que Raquel conoció trabajando en el Châteaux Terrasson, nada tiene que envidiar a lo que hay aquí, salvando la historia de los franceses, «que ahí sí nos ganan», explica.

A partir de aquí, se sucedieron prácticas, estancias en bodegas y servicios temporales como veedoras de vendimia en la DO Ribera del Duero. Trabajaron varios periodos junto a enólogos veteranos hasta que, en 2014, decidieron montar su propia empresa. Curiosamente, decidieron llamarla Enodivinos, en masculino, como los polifenoles, que dan estructura, color y vigor a los tintos de la Ribera. Lo de «Enodivinas era pasarnos un poco… ¡no fuera a ser que no nos tomaran en serio!», dicen sonriendo. Su trabajo consiste en asesorar y dirigir las elaboraciones de algunas bodegas y conducir sus vinos. Controlan desde la uva al embotellado, pasando por todos los procesos, incluyendo el análisis rutinario de los vinos. Optaron por centrase en Burgos, por ello trabajan para firmas de las dos denominaciones de la provincia: Ribera del Duero y Arlanza. Sus bodegas tienen raíces en la zona y, o bien son cooperativas, o bien son proyectos familiares de no mucha producción.

Su trabajo tiene un ámbito territorial próximo y se limita al entorno de la Ribera y el espacio geográfico del Arlanza, aunque también asesoran iniciativas enológicas fuera de las denominaciones de origen. De momento no han caído en la tentación de salir fuera y elaborar en otras zonas de vinos de Castilla y León. «Así está bien, todo nos queda relativamente cerca», aseguran. De momento, su hoja de ruta, a la que dedican muchas horas de carretera, se centra en visitar viñedos y bodegas, tomar muestras, controlar el ciclo vegetativo de la vid y seguir la evolución de sus vinos, trasiego a trasiego. Ambas mantienen una gran actividad en el mundo de la cata, participando en jurados y comités de calificación. A estas dos burgalesas, el análisis sensorial es una de las facetas que más les apasiona de la enología y se atreven a decir que no contemplan elaborar su propio vino y salir mercado con él. Prefieren dedicarse a sus viticultores. «No estaría bien que elaborásemos un vino porque, lógicamente, tendríamos nuestras preferencias y un mayor interés por venderlo; por eso nuestros vinos son los de las bodegas que llevamos», matizan.