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El Hato y el Garabato (DO Arribes)

La vida sigue en el Arribe

José Manuel y Liliana, en uno de sus pagos de viña vieja, en el arribe, junto al Duero.-ARGICOMUNICACIÓN

Publicado por
Javier Pérez Andrés

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Han pasado tres años desde su llegada a los Arribes del Duero. Estos días saldrá al mercado su nuevo vino, De Buena Jera, expresión sayaguesa de buenos deseos. Se trata de un tinto con uvas Juan García y bruñal, procedente de partidas seleccionadas de uva de las añadas del 15 y 16. Apenas saldrán mil unidades por añada. Se sumarán a una serie de etiquetas, tan llamativas como la razón social de la bodega: El Hato y el Garabato. Otros vinos son el blanco Cuento; el rosado de terruño La Jefa; y el tinto Juan García, que se llama Sin Blanca. Todas son nuevas inyecciones de vida en la DO Arribes, protagonizadas por una familia de Sayago. Las más pequeñas de la casa, Vera y Lola, conocen cómo va eso del ciclo vegetativo de la vid porque ven a sus padres con tijeras en la viña y pendientes de las cepas. Ellas saben que uno de los majuelos era de un abuelo de su abuelo, que se llamaba Alonso Benéitez, natural de Formariz de Sayago, el pueblo zamorano donde pasan muchos días y muchas tardes, y donde muy pronto fermentarán los vinos de su padre, pues está en proyecto construir allí la nueva bodega. José Manuel cumplirá así el sueño que inició hace tres años: volver a Sayago, al solar de sus mayores, e impedir que se arranque la vid. Junto a Liliana, ambos gestionan en torno a diez hectáreas de viña en majuelos diseminados por el arribe y la penillanura.

A José Manuel le llegó la hora de retomar una tradición perdida hace dos generaciones: la de elaborar vinos. Primero recuperó la viña familiar con cepas cansadas de dar uvas y vendimias. Casi una hectárea -unas 3.000 cepas, con el marco de plantación de principios del XX- está cerca de la piscina de Cibanal. Y así se escribe la historia de la última saga de bodegueros más pegada a la tierra. Porque José Manuel y Liliana, ambos ingenieros de Montes y con formación en Marqueting, Enología y Viticultura, sabían que convertirse en ‘vignerons’ tenía su parte romántica, por lo de las raíces sayaguesas y el patrimonio familiar. También era importante para ellos regresar a la tierra donde sus hijas chapurrean el sayagués, además de hablar inglés, pues han recorrido zonas vitícolas de América, Australia y Europa junto a ellos. Ahora toca trabajar muy duro en la viña, en el lagar y en la bodega. Ellos son los nuevos viñadores del arribe.

José Manuel atiende todas las viñas que gestiona. Están diseminadas por Fermoselle, la tierra de los ‘follacos’; Villar del Buey, donde viven muchos habitantes del desaparecido pueblo Argusino; y Cibanal, la del concurso anual de vinos cosecheros. También están los majuelos de Fariza, la tierra de los Viriatos; y los de Mámoles, otra aldea sayaguesa que respira piedra y granito. Y así, hasta completar casi ocho hectáreas, dispersas por el entorno e inscritas en la DO Arribes. Casi todas las viñas en vaso superan la suma de la edad de Liliana y José Manuel. Mucha uva Juan García, algo de bruñal, alguna rufete, rabigato y bastardo, así como albillo y malvasía. Y las que se siguen llamando tinta Madrid, hoy tempranillo, a las que se suma ese rosario sentimental ampelográfico, que es la verdadera herencia genética de los viejos sayagueses. Los vinos de esta bodega son la expresión de esas uvas y esos pagos, más de la mitad en tierra abancalada, que mira al cañón del Duero. Elaboran alrededor de 15.000 botellas en las instalaciones de Fornillos de Fermoselle, donde empezaron, aunque pronto se trasladaran a Formariz, donde ‘cocerán’ las próximas uvas.

Liliana y José Manuel han sabido dar un toque diferencial a sus vinos, empezando por la curiosa y cervantina razón social de El Hato y el Garabato. Todo se refleja en sus vinos, muy personales, que manifiestan los criterios empleados en viña, fermentación y contacto con el roble, buscando salvar la fruta y responder al ‘coupage’ de uvas de bancal y penillanura, con esa carga de mineralidad que tiene el arribe en sus entrañas. La producción es corta: 11.000 botellas de tinto, 1.500 de blanco y alrededor de 600 de rosado, con precios situados en franjas de diez a quince euros. De su venta vive el bisnieto de Alonso Benéitez y los suyos. Y, de este modo, la vida sigue en el arribe.