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ARTE Y PATRIMONIO

El legado del genio modernista

La Casa Botines de León y el Palacio Episcopal de Astorga son dos de las tres únicas obras que dejó el maestro Gaudí fuera de su tierra, Cataluña

Edificio de la Casa Fernández y Andrés, conocida popularmente como la ‘Casa Botines’, apodo que derivó del apellido del comerciante catalán Juan Homs Botinás. El arquitecto levantó el inmueble en tan sólo diez meses.-L.P.

Publicado por
H. MARTÍN
Valladolid

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En ocasiones las casualidades dejan sin ser conscientes en ese momento un legado para la Humanidad. Un tesoro que a lo largo de los años pervive intacto como un monumento a la altura de las grandes obras. Eso mismo le sucedió al joven arquitecto catalán Antonio Gaudí, cuando irrumpió a finales del siglo XIX en tierras leonesas para proyectar, primero, la reconstrucción del Palacio Episcopal de Astorga (1889); y poco después, el levantamiento del edificio de la Casa de Simón Fernández y Mariano Andrés (1891), más conocida como ‘Casa Botines’, apodo que derivó del apellido del comerciante catalán Juan Homs Botinás, conocido en la ciudad por la versión castellanizada de su apellido, Botines. Un inmueble de siete plantas distribuido en seis alturas que albergaba en su interior 16 viviendas además de un almacén de tejidos en los bajos del edificio. Este periodo marca el inicio de una vivencia más intensa, de mayor introspección para el joven artista entre 1889 y 1893 que contaba por aquel entonces con menos de cuarenta años.

Se trata de dos de las tres únicas obras, junto con El Capricho de Comillas (Cantabria) que realiza el conocido como ‘escultor de la arquitectura’ fuera de Cataluña. Un privilegio otorgado a la provincia de León, en pleno Camino de Santiago, a donde el maestro nacido en Reus acudió por su vinculación con el obispo de la ciudad astorgana, Juan Bautista Graus y Vallespinós. Esa circunstancia, unido al hecho de que en la capital leonesa residía por aquel entonces una colonia catalana de comerciantes, motivó su presencia, de la que dejó un prolijo testimonio con estas dos joyas arquitectónicas con aires de encantamiento.

Su espíritu inquieto y su imaginación ilimitada planteó a Gaudí constantes desafíos. Fue frecuente el cambio de soluciones durante el desarrollo de la construcción de un edificio producto de un anhelo de perfección que le obligaba a reflexionar permanentemente sobre cada detalle del diseño.

LA JOYA DE CASA BOTINES

La singularidad que encierra la Casa Botines radica en que fue la única que dirigió y ejecutó Gaudí en su totalidad fuera de su tierra. Muchos expertos señalan que es el edificio en el que muestra su lado más arquitectónico porque fusiona funcionalidad y estética. Construye en una planta irregular una casa utilitaria, personal con múltiples elementos característicos que están ligados al pasado, a la historia.

Para ello el maestro se embebió del arte de la ciudad de León, del románico de San Isidoro, el gótico de la Catedral y el plateresco de San Marcos. «Todo ello supuso un enriquecimiento en lo artístico, en lo personal y espiritual importante», explica José María Viejo, director de marketing de la Fundación Obra Social de Castilla y León (Fundos), propietaria del edificio que hace un año decidió abrir sus puertas al público. Durante este tiempo cerca de 130.000 personas lo han visitado en las rutas guiadas que ofrece todos los días de la semana en distintos horarios. Una visita obligada para los amantes de la obra del artista modernista (más información: www.casabotines.es). Con más de 4.000 metros de exposición, concentra el mayor espacio expositivo dedicado a Gaudí. El Museo incluye en la tercera planta una colección de pinturas de la talla de Dalí, Picasso o Raimundo de Madrazo, entre otros, custodiadas por la Fundación.

El genio no defrauda a quien descubre el interior del primer edificio de vecinos que ideó. Se trata de una casa típicamente barcelonesa en la que lleva el diseño y el practicismo hasta el último rincón. Sus torres angulares parecen sacadas de un cuento. La solución que otorga a la luz y al espacio en múltiples detalles como el patio interior, las bóvedas catalanas, las columnas de hierro colado, las vidrieras de planta noble, las escaleras de madera y forja o el sotabanco lo hacen un edificio singular y único en su categoría, fruto de la fusión del modernismo gaudiniano con el neogótico predominante en la ciudad.

El próximo 15 de septiembre se cumplirán 125 años de la finalización de las obras del edificio que fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1969. Más de un siglo representando un orgullo para los vecinos de la ciudad que pasean por las inmediaciones de la plaza de San Marcelo. Pero según cuentan las anécdotas no siempre fue así, pues el hecho de que se construyera en un plazo de tan solo diez meses, motivó que fuera visto con asombro e incluso, hasta con miedo y recelo, por los leoneses de finales de siglo, temerosos de que pudiera caerse. «Era un rascacielos para la época y a la gente no le inspiraba mucha confianza al principio», relata Viejo.

Muy alejados de esos malos augurios iniciales, Casa Botines mira al horizonte de la ciudad de León casi a la par que lo hace su Catedral, templo que, según dicen, marcó los planteamientos del artista catalán al que bautizaron como el ‘arquitecto de Dios’.