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Fernanda, entre Marta y Álvaro, en el comedor del negocio familiar.-ARGICOMUNICACIÓN

Publicado por
Javier Pérez Andrés

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Alubias de Ibeas con chorizo; perdiz roja estofada y escabechada; cecina cocida; callos; patitas de cordero; caracoles; cangrejos; morcilla y queso fresco de Burgos. Escrito así se entiende bien, pero si nos los comemos en raciones –hoy se llama degustar– se asimila, se entiende y se disfruta mejor la base de la cocina burgalesa. Cada día es más difícil encontrar un restaurante con el aval de medio siglo de actividad exitosa y con platos que no hayan perdido la ‘toma de tierra’, sobre todo cuando se trata de un local situado en una ciudad histórica. Todo esto no está reñido con platos de ensaladas de bacalao ahumado, queso de cabra con miel o la templada de gambas y gulas que Marta cocina junto a las hamburguesas de ciervo con foie y salsa de cerezas, y sus emblemáticos postres de tulipas de helado de distintos sabores. Incluso su oferta de tés contrasta con los años de orujos mañaneros. Las carnes rojas, el cordero al horno, el carpacho de solomillo y las croquetas caseras de jamón tienen su hueco y una clientela nueva.

Casa Avelino es otra referencia gastronómica de la que conviene tomar nota. Desde que Avelino y Carmen reformaran la taberna en 1954, en este lugar del barrio de San Pedro se ha seguido guisando y dando de comer de forma ininterrumpida. Fernanda Reoyo y Gregorio García tomaron las riendas en 1970, pero continuaron con el nombre de siempre e incluso mantuvieron algunos platos de Carmen, vecina y amiga durante años. A finales de los 90, Fernanda Reoyo afrontó la modernización del negocio y, años después, integró definitivamente a su hija Marta en la cocina y a Álvaro –su marido– en sala, mostrador y cocina. Esta es la clave para mantenerse en la gastronomía de un lugar con dignidad y prestigio.

Casa Avelino continúa su camino en la cocina burgalesa. Ahora, enriqueciéndola con nuevos platos, pero sin perder el norte. Fernanda, ya en periodo de descanso, todavía se deja caer por su cocina para saludar a sus comensales, fieles después de medio siglo. Magnífica oferta de vinos y un trato que, no por ser familiar, deja de ser profesional. Sí, parece un bar, porque lo es y lo fue siempre. Pero también es una referencia de la cocina local y de Castilla y León. Se puede comer por un precio medio de 30 a 35 euros a la carta, aunque hay menú degustación de 20 euros todos los días, menos los miércoles, que se cierra por descanso.