LOS TARANTOS
Luces en la cocina subterránea
Desde hace 14 años, Julio Martínez y Jessica Alderete están al frente de una de las bodegas–restaurante más veteranas del complejo subterráneo de Boecillo. Julio, que es natural de este pueblo, decidió no cambiar el nombre del lugar, Los Tarantos, como en su origen lo denominó el célebre hostelero vallisoletano Laureano. Julio tenía muy claro –y acertó– que una bodega subterránea en Boecillo tenía que seguir manteniendo una filosofía muy concreta y una puesta en escena que convenciera, también con la cocina, las brasas y el horno de leña. Por eso, aquí nunca falta el lechazo ni todas sus variantes: el asado, las chuletillas, el pincho y las mollejas. Tampoco la sopa castellana ni las carnes rojas ni los revueltos o los huevos rotos.
Julio ha sabido mantener el clima atemperado de una cava subterránea con unos platos que encajan en ese ambiente. Por eso también sirve tortilla, callos, morcilla y croquetas. Al mismo tiempo, comer bajo tierra –junto a la arquitectura tradicional del vino– no impide trabajar la cocina, de ahí que los tres platos de bacalao y algún que otro pescado completen la oferta del local. Alfonso González está al frente de la cocina. Junto a Julio y Jessica, todos han sabido mantener la regularidad que hoy tanto se valora. En Los Tarantos se puede comer por una media de 35 euros. Entre los vinos de Cigales, Toro y Ribera, sobresale un curioso Vino de la Tierra elaborado en Esguevillas de Esgueva.
El barrio de bodegas de Boecillo conoció años de esplendor, como reconoce Julio, recordando aquel fenómeno gastronómico que fue El Yugo de Castilla, vecino de Los Tarantos. Aquellos que están vinculados a los territorios del vino asocian con naturalidad la existencia de bodegas subterráneas; sin embargo, los restaurantes y mesones localizados en estas cavidades bajo tierra siguen teniendo un atractivo especial, empezando por sus estancias atemperadas, cada vez más cotizadas entre los aficionados de la gastronomía.